“Kinyarwanda” no es un espectáculo de horror, aunque el horror permea cada fotograma. Más que un documental, es un drama visceral y profundamente humano que se adentra en el corazón de la tragedia de Ruanda en 1994, ofreciendo una perspectiva poco común: la de individuos atrapados en el epicentro del genocidio, buscando no solo supervivencia, sino también algún resquicio de humanidad. La película se centra en la relación improbable entre Cleophas Kabasita, un joven soldado Tutsi, y Edouard Bamporiki, un joven Hutu, un vínculo que surge en medio del caos y se convierte en un testimonio silencioso de la banalidad del mal.
La dirección de Claire Denis es magistral. Evita la grandilocuencia y el melodrama, optando por un estilo deliberadamente sobrio y realista. La cámara, a menudo discreta, se concentra en los rostros, en las miradas, en las pequeñas gestos que revelan el tormento interior de sus personajes. Denis logra transmitir la atmósfera opresiva de Ruanda en ese momento, una sensación de inminencia de la muerte, de una certeza de que todo está a punto de desmoronarse. El uso del blanco y negro, aunque pueda parecer una elección estética, es profundamente simbólico, reflejando la pérdida de la inocencia y la oscuridad que consume al país.
Las actuaciones son, en su mayoría, sobresalientes. Mazimpaka Kennedy, como el sacerdote, ofrece una interpretación sutil pero devastadora. Su personaje no es un héroe en el sentido tradicional, sino un hombre de fe que se ve forzado a cuestionar sus creencias ante la magnitud de la barbarie. Y Cassandra Freeman, interpretando a la mujer que busca ayuda, aporta una vulnerabilidad conmovedora y una lucidez inquietante. Sin embargo, la interpretación de Kabasita por parte de Kenny Muleya es, quizás, la más poderosa. Su mirada, llena de confusión y dolor, es el centro emocional de la película, una ventana a la alma de un joven que lucha contra sus instintos y la realidad brutal que le rodea. La química entre Muleya y Kenny se siente genuina, ofreciendo un contraste fascinante entre la desesperación y la esperanza.
El guion, aunque lento en algunos momentos, es inteligente y evita caer en clichés. No busca explicaciones fáciles ni simplificaciones. Presenta la historia desde múltiples perspectivas, mostrando cómo la guerra deshumaniza a todos los involucrados, convirtiendo a soldados, civiles y hasta a religiosos en perpetradores y víctimas. La película no juzga ni demoniza, sino que simplemente expone la complejidad de la situación, dejando al espectador con una sensación de inquietud y reflexión. Es una película que no te abandona fácilmente, que te sigue perturbando mucho después de que los créditos finales hayan comenzado a rodar. No trata de mostrar el horror del genocidio, sino de mostrar lo que significa *ser* humano en el contexto de un evento que lo destruye todo.
Nota: 8.5/10