Kryptonita (2015)

“Kryptonita” es una incursión audaz y, en muchos sentidos, perturbadora en el canon de Superman. La película, dirigida por Juan José Campanella, no se contenta con adaptar la novela homónima de Leonardo Oyola; la subraya, la retuerce y la utiliza como punto de partida para una reflexión sobre el poder, la responsabilidad y la naturaleza humana, envuelta en un relato criminal y tenso, magistralmente ambientado en el contexto de la brutalidad del oeste profundo argentino. Campanella, que ya había demostrado su capacidad para reimaginar personajes icónicos en “El Secreto de sus Ojos”, entrega aquí una obra que desafía las expectativas y se adentra en terrenos incómodos, ofreciendo una visión oscura y realista de lo que sucedería si el Hombre de Acero hubiera aterrizado en lugar de en Smallville.

La película no intenta glorificar a Superman, sino más bien exponer la fragilidad de su idealismo frente a la corrupción, la violencia y la desesperación de un entorno marginalizado. La ambientación en La Matanza, en los años 70, con sus bandas criminales, sus barrios empobrecidos y la constante amenaza de la muerte, es fundamental para entender la evolución del personaje de Luis Almada, el “Superman” argentino. Almada, interpretado con una intensidad magnética por Ricardo Darín, no es un superhéroe con poderes; es un hombre con una profunda sensación de culpa, un ex-policía atormentado por los errores del pasado, que se ve obligado a enfrentarse a una realidad que le recuerda constantemente su propia impotencia. Su lucha no es contra el mal en sí mismo, sino contra la perpetuación de un ciclo de violencia que le parece inevitable.

Las actuaciones son, en general, sobresalientes. Darín, como se ha dicho, entrega una interpretación contundente y matizada, equilibrando la desesperación y la determinación. El resto del elenco, incluyendo a Darío Granata como el cínico y pragmático Cheín, y a Héctor García como el implacable Charly, complementa a la perfección la atmósfera sombría y la tensión constante. Sin embargo, el verdadero triunfo reside en la dirección de Campanella, quien logra crear una atmósfera visceral y realista, utilizando la fotografía de Damian Pinzón para construir un espacio visualmente impactante y lleno de simbolismo. El uso del color, la iluminación y la composición son elementos cruciales para transmitir la atmósfera opresiva y la sensación de peligro inminente.

El guion, adaptado de la novela, es lo que realmente sostiene la película. No se basa en efectos especiales ni en batallas campales, sino en el desarrollo psicológico de los personajes y en la exploración de temas complejos como la justicia, la redención y el impacto del pasado en el presente. La película no ofrece respuestas fáciles, sino que plantea preguntas incómodas sobre la naturaleza del heroísmo y la responsabilidad individual. Aunque el ritmo puede sentirse pausado en algunos momentos, esto contribuye a la construcción del suspense y a la creación de un ambiente de tensión incesante. El final, deliberadamente abierto, invita a la reflexión y a la discusión, dejando al espectador con la sensación de que la historia, de alguna manera, no ha terminado.

Nota: 8/10