Kundun (1997)

“Kundun” (1997) de Martin Scorsese es una experiencia cinematográfica profundamente conmovedora y, a la vez, compleja. Más que una simple biografía, es una meditación sobre el poder, la fe, la pérdida y el impacto del cambio en una cultura milenaria. Scorsese, conocido por su audacia y su exploración de temas religiosos, se adentra en el Tibet con una reverencia que va más allá de la simple documentación; se trata de una mirada honesta y, a veces, incómoda a un sistema que, aunque noble en sus ideales, está intrínsecamente ligado a la manipulación y el control.

La dirección de Scorsese es magistral. Evita la solemnidad excesiva, optando por un estilo visual que se acerca al documental. Las tomas son lentas, contemplativas, permitiendo al espectador absorber la atmósfera del Tibet y la inmensidad del palacio de Potala. El uso de la luz, especialmente los juegos de sombras, contribuye a generar una sensación de misterio y trascendencia. El paisaje tibetano, con sus imponentes montañas y sus monasterios ancestrales, se convierte en un personaje más de la historia, reflejando la fuerza y la belleza del pueblo. Pero esta belleza se ve constantemente amenazada por la intrusión de la modernidad, y Scorsese no rehúye mostrar las consecuencias del colonialismo y la interferencia externa.

Las actuaciones son, en su mayoría, sobresalientes. Rick Yuricich, como Tenzin Gyatso, el futuro Dalai Lama, ofrece una interpretación incansable y silenciosa, transmitiendo la vulnerabilidad y la inocencia del niño. Su evolución a lo largo de la película es palpable, desde su estado infantil hasta el joven líder espiritual que se vislumbra al final. Danny Trejo, en un papel sorprendentemente sutil, encarna la ambición y la traición de un monje, y ofrece un retrato inquietante de un hombre consumido por el poder. Jennifer Cox, como la madre de Tenzin, transmite con una intensidad conmovedora la angustia de la separación y la búsqueda desesperada de su hijo.

El guion, adaptado de las memorias del propio Dalai Lama, es lo que realmente eleva la película. Evita la glorificación y presenta un relato equilibrado, mostrando tanto los aspectos positivos del sistema budista como las posibles fallas inherentes. La narrativa se centra en el impacto de la elección del niño, la pérdida de su hogar y su adaptación a un mundo nuevo y hostil. La película explora con valentía la idea de que el poder, incluso aquel que emana de la fe, puede ser utilizado para el control y la manipulación. El tratamiento del tema de la infancia, la inocencia robada, es particularmente potente y genera un fuerte componente emocional.

“Kundun” no es una película fácil de ver. Es intensa, provocadora y, en algunos momentos, profundamente triste. Pero es también una obra maestra cinematográfica, que nos invita a reflexionar sobre la naturaleza del poder, la importancia de la fe y el valor de la identidad cultural. Es una experiencia que perdura mucho después de que los créditos finales hayan comenzado a rodar.

Nota:** 8.5/10