“La Bailarina” no es una película que simplemente cuenta una biografía; es una meditación sobre la ambición, la innovación y la inevitable sombra que la gloria proyecta sobre la creatividad. La película, dirigida con una sensibilidad exquisita por Bertrand Bonnin, se adentra en la vida de Loïe Fuller, pionera de la danza moderna y una figura fascinante que vivió en una época de gran cambio artístico y social. Bonnin logra un equilibrio delicado entre la exuberancia de la Belle Époque y la fragilidad del espíritu de Fuller, creando una atmósfera que es a la vez opulenta y melancólica.
El film se centra en el proceso creativo de Fuller, sus experimentaciones con la iluminación y los tejidos, un concepto revolucionario para la época. Bonnin no se detiene en una explicación técnica, sino que permite al espectador ser testigo de la pasión con la que Fuller transforma el escenario en un lienzo de luz y movimiento. La película se construye a través de largos planos secuencia, que nos sumergen en la atmósfera del estudio y del teatro, capturando la intensidad de sus ensayos y la fascinación de su público. La fotografía de Claire Mathon es absolutamente sublime, empleando una paleta de colores rica y vibrante, pero siempre con un toque de color sepia que evoca la nostalgia por un pasado que se desvanece.
La actuación de Stacy Martin como Loïe Fuller es, sencillamente, magistral. Martin logra transmitir la fuerza, la vulnerabilidad y la obsesión de Fuller con una naturalidad que es hipnótica. Su mirada transmite una complejidad inmensa, un torbellino de emociones que oscilan entre la alegría, el dolor y la determinación. El resto del reparto, aunque no tienen tanto protagonismo, aporta sutiles pero importantes matices. En particular, la presencia de la joven Isadora Duncan (Rebecca Wagner) se siente como una amenaza constante, un reflejo de la juventud y la modernidad que desafían el dominio de Fuller.
El guion, aunque a veces lento, es profundamente inteligente. Bonnin no ofrece respuestas fáciles. En lugar de narrar una historia lineal, se centra en la experiencia sensorial y emocional de Fuller. La película se alimenta de sugerencias y silencios, dejando que el espectador llene los huecos con sus propias interpretaciones. Hay un gran respeto por la privacidad de Fuller, y la película evita caer en clichés biográficos. En lugar de celebrar su éxito, Bonnin explora sus contradicciones y sus fracasos, revelando una figura humana compleja y contradictoria. El tema central, la lucha por la aceptación en un mundo dominado por hombres, y la presión de mantener la innovación frente a la tradición, resuena de forma poderosa.
Aunque la lentitud de algunos momentos pueda frustrar a algunos espectadores, “La Bailarina” es una película profundamente contemplativa y visualmente impactante. Es un homenaje a una mujer adelantada a su tiempo, una artista que, a pesar de su grandeza, fue víctima de una época que no la comprendía. Es una película que permanece en la memoria mucho después de que los créditos finales hayan rodado.
Nota: 8/10