La banda de Alexander (1938)

“La Banda de Alexander” (Alexander’s Ragtime Band), dirigida por Richard Eyre, es una película que, a primera vista, parece un relato de época bastante convencional sobre el nacimiento del ragtime y el auge de una estrella de Broadway. Sin embargo, tras una revisión más detenida, se revela una pieza de observación social y retrato psicológico sorprendentemente rica y, en algunos momentos, perturbadora. La película no busca glorificar el glamour de la era del jazz, sino ofrecer una mirada crítica a las ambiciones, las mentiras y las consecuencias emocionales del éxito, envueltas en un elegante diseño de producción.

La dirección de Eyre es magistral en su manejo de la tensión emocional. El ritmo narrativo, aunque lento en comparación con las convenciones actuales, se siente orgánico y realista. Eyre utiliza planos largos y diálogos sutiles para construir una atmósfera de incomodidad y ambigüedad moral. No hay personajes completamente buenos o malos; todos se mueven en un terreno gris, motivados por deseos, inseguridades y una búsqueda incesante de validación. La banda sonora, especialmente la música de ragtime recreada, es de una calidad impecable y se integra de forma natural en la trama, funcionando como un reflejo de la euforia y la desilusión que experimentan los personajes.

El elenco principal brilla con intensidad. Johnny Flynn como Roger Grant ofrece una interpretación cautivadora, transmitiendo la frustración de un talento no reconocido y la incapacidad de conectar verdaderamente con los demás. Es un hombre atormentado, atrapado en una cárcel emocional construida por su propio perfeccionismo. Carey Mulligan, como Stella Kirby, es sencillamente inolvidable. Su interpretación de una mujer que sacrifica su identidad y su futuro por la promesa del estrellato es devastadora. Mulligan logra comunicar tanto la vulnerabilidad como la determinación de Stella, mostrando la trágica ironía de su situación. El resto del elenco, incluyendo a Michael Caine como el productor, contribuye a crear un retrato convincente y complejo de un mundo que se alimenta de la ilusión.

El guion, adaptado de la obra teatral homónima, no rehúye de explorar las facetas más oscuras de la búsqueda del éxito. La trama no se centra únicamente en la música; se adentra en las relaciones personales, las infidelidades, las mentiras y la manipulación. La relación entre Roger y Stella, en particular, se desarrolla con una sensibilidad que evita los clichés románticos, presentando una dinámica de deseo y resentimiento que es profundamente realista. La película plantea preguntas incómodas sobre el costo del talento, la naturaleza de la fama y la importancia de la autenticidad. Si bien el pacing puede ser un punto débil para algunos espectadores, y la forma en que se presenta la evolución de la música del ragtime es algo minimalista, estos elementos contribuyen a la atmósfera general de melancolía y desengaño.

Nota: 7/10