La bella y la bestia (1991)

“La Bella y la Bestia” no es simplemente un cuento de hadas modernizado; es una exploración profunda sobre el verdadero significado del amor y la aceptación, una película que, a pesar de su popularidad perpetua, sigue siendo sorprendentemente relevante y conmovedora. La versión de Bill Condon, estrenada en 2017, se atreve a desafiar las expectativas del público, ofreciendo una narrativa más compleja y personajes con matices que van más allá de los arquetipos tradicionales.

La dirección de Condon es magistral en el manejo de la atmósfera. El castillo de la bestia, interpretado con una fuerza visual impresionante, no es un lugar de terror sino de melancolía y aislamiento. La fotografía de Dante Ferretti utiliza una paleta de colores ricos y oscuros, subrayando la soledad de Gastón (Keegan Allen), el príncipe en su transformación, y el pesar que lo consume. El castillo, en sí mismo, se convierte en un personaje, reflejando el alma atormentada de su dueño. Condon despliega la historia con una lentitud deliberada que permite al espectador sumergirse en la introspección de los personajes, creando una tensión palpable que va más allá de las persecuciones y los sustos habituales del género.

Las actuaciones son, sin duda, uno de los puntos fuertes de la película. Emma Watson ofrece una interpretación particularmente brillante como Bella. Su transformación no se limita a una simple evolución de personalidad, sino a un crecimiento emocional constante. Se aprecia una vulnerabilidad genuina en su personaje, una inteligencia y una determinación que la convierten en una protagonista con la que es fácil conectar. Alan Menéndez, en el papel del Bestia, aporta una profundidad sorprendente a un personaje que, tradicionalmente, ha sido reducido a la mera representación del monstruo. Su actuación revela un hombre herido, lleno de remordimientos y buscando redención. La química entre Watson y Menéndez es evidente y fundamental para el impacto emocional de la narrativa.

El guion, adaptado de la novela de Belle y Sebastian, se beneficia de un tratamiento que expande las ideas centrales de la historia. La película no se centra únicamente en la búsqueda del amor romántico, sino en la superación del prejuicio y la aceptación del otro. El diálogo es inteligente y perspicaz, a menudo llevando a reflexiones sobre la naturaleza humana y las expectativas sociales. La inclusión de la historia de Gastón, un joven noble que busca desesperadamente ser aceptado, añade una capa de complejidad moral y cuestiona la noción simplista de “bueno” y “malo”. La trama, aunque a veces algo lenta, recompensa al espectador con momentos de intensa emoción y un final que es tanto esperanzador como conmovedor.

“La Bella y la Bestia” es una película que va más allá de la fantasía; es una meditación sobre la bondad oculta bajo las apariencias y la importancia de ver más allá de las primeras impresiones. Es una historia que invita a la reflexión y que, años después de su estreno, sigue siendo una joya del cine de animación y un clásico moderno.

Nota: 8.5/10