La blanca paloma (1989)

“La Blanca Paloma” es una película que se aferra a un rincón específico del paisaje español, un lugar que lleva la marca del abandono y la melancolía: la orilla del río Nervión en Bilbao. La directora María Spahi no se trata de contar una historia grandilocuente, sino de diseccionar con una precisión quirúrgica la dinámica familiar y social de un grupo de personajes que viven al margen, atrapados en un ciclo de dolor y resentimiento. La película se distingue por su atmósfera opresiva, una cualidad que se consigue a través de la cinematografía de Carlos Plaza, quien utiliza una paleta de colores apagados, contrastes marcados y planos largos que invitan a la contemplación, a la reflexión, más que a la acción. Es una película que te exige un esfuerzo de atención, recompensándote con la intensidad de sus personajes y la complejidad de sus relaciones.

El guion, adaptado de la obra teatral homónima de Juan Mayorga, es el corazón de la película. No busca soluciones fáciles ni un final feliz. En lugar de eso, ofrece una visión cruda y sin adornos de la desintegración familiar, la obsesión, la violencia y la búsqueda de identidad. El personaje de Domingo, interpretado magistralmente por Javier Godino, es un hombre atormentado por su pasado y por su relación incestuosa con su hija Rocío (Nieves Herrero). Godino entrega una actuación que oscila entre la desesperación y la frialdad, logrando que el espectador empatice con un personaje moralmente ambiguo. La relación entre Domingo y Rocío es el núcleo central de la trama y su dinámica, cargada de resentimiento, deseo y rechazo, se muestra con una crudeza sorprendente. La aparición de Mario (Sergi Nebbia), un joven andaluz que se enamora de Rocío, funciona como un catalizador, exacerbando las tensiones existentes y revelando las grietas ocultas en el microcosmos familiar.

La película se beneficia enormemente de las interpretaciones del resto del elenco. Nieves Herrero como Rocío ofrece una interpretación sutil y poderosa, transmitiendo la angustia y la confusión de una mujer atrapada entre el deseo y el deber. Sergi Nebbia, por su parte, aporta una frescura y vitalidad que contrasta con la decadencia del entorno. Sin embargo, es importante destacar que la película no se centra en la acción, sino en la descripción de la atmósfera, de los silencios, de los gestos, de las miradas. Este enfoque exige del espectador una participación activa, una disposición a no recibir respuestas fáciles y a aceptar la ambigüedad de la historia. El elemento andaluz, aunque presente, se entiende más como un detonante de la propia dinámica familiar que ya existía, en lugar de ser un añadido estilístico.

La película no trata de glorificar la violencia, sino de mostrar sus consecuencias destructivas. La directora consigue transmitir la sensación de un lugar condenado a la repetición, donde el pasado se aferra al presente y donde el futuro parece imposible. “La Blanca Paloma” es una reflexión inquietante sobre la naturaleza humana, sobre los límites de la familia, sobre la búsqueda de identidad y sobre la carga del pasado. Es una película que permanecerá en la memoria del espectador mucho después de que termine la proyección, impulsada por su atmósfera densa y sus personajes complejos. No es una película para todos, pero para aquellos que disfruten de historias con matices y con una profundidad emocional, “La Blanca Paloma” ofrece una experiencia cinematográfica inolvidable.

Nota: 8.5/10