La calle del perdón (2000)

“La calle del perdón” es una película que, en su premisa, promete una tensa y moralmente ambigua historia familiar, pero que, lamentablemente, no logra alcanzar la profundidad que sus elementos sugieren. Dirigida por John Crowley, la película se adentra en el terreno de las oscuras historias de familia, la culpa y el perdón, utilizando la peculiaridad de la gemelgación como un mecanismo central para explorar las motivaciones humanas. El resultado, sin embargo, es una experiencia cinematográfica desigual, con momentos brillantes y otras de tediosa contemplación.

La dirección de Crowley se caracteriza por un enfoque en la atmósfera y la belleza visual. La película es rica en imágenes evocadoras, especialmente en sus escenas nocturnas y en la fotografía desaturada que refleja el estado anímico de los personajes. Crowley explora la dualidad visual, presentando a John y Jeremiah como espejos rotos, una imagen a la vez en cada uno, lo que contribuye a la sensación de desorientación que impregna la narrativa. Sin embargo, esta estética, aunque efectiva en algunos momentos, a veces se siente sobrecargada y, en consecuencia, distrae de la historia. El uso de la cámara lenta y los primeros planos, aunque bien intencionado, a veces parece gratuito y busca más el impacto visual que el desarrollo emocional.

Las actuaciones son un punto fuerte de la película. Jude Collie y Sean Bridgers, como John y Jeremiah, ofrecen interpretaciones convincentes y matizadas. Collie, en particular, demuestra una habilidad notable para transmitir la tormenta interna de John, su resentimiento, su ira y, finalmente, su redención. Bridgers, por su parte, equilibra con éxito la serenidad y la vulnerabilidad de Jeremiah, dándole una profundidad que va más allá de lo meramente religioso. La dinámica entre los gemelos es el corazón de la película, y sus interacciones, a menudo tensas y cargadas de significado, son lo más gratificante de la experiencia cinematográfica. El resto del reparto, aunque competente, no destaca particularmente, y algunos personajes se quedan definidos por su papel secundario.

El guion es donde la película más flaquea. A pesar de la premisa atractiva, la historia se desarrolla de forma lenta y a veces confusa. El ritmo es deliberadamente pausado, lo que, en teoría, permite una inmersión profunda en el universo de los personajes. Sin embargo, la lentitud se convierte en un problema, especialmente en las secuencias que buscan establecer el conflicto entre John y el criminal, Ray (Gary Oldman). Oldman, como siempre, es un actor formidable, y su interpretación es icónica, pero el guion no le brinda suficientes oportunidades para explorar la complejidad de su personaje. La trama se complica con giros inesperados que, si bien buscan sorprender al espectador, terminan por sentirse forzados y poco naturales. El subtema de la fe y la duda, aunque presente, no se desarrolla con la profundidad que merece, y la resolución final, si bien ofrece un cierto sentido de cierre, no es particularmente satisfactoria. La película, en definitiva, parece preocupada más por la imagen que por la sustancia.

Nota: 6/10