La Casa Que Nunca Muere II (2017)

“La Casa Que Nunca Muere II” no es precisamente una revolución del género de terror, pero sí una entrega sorprendentemente efectiva que se alimenta de la familiaridad de la franquicia y del claustrofóbico terror psicológico. Más allá de los jumpscares fáciles y la abundancia de sangre, la película consigue crear una atmósfera palpable de inquietud y una sensación constante de que algo terrible acecha en las sombras, incluso cuando la pantalla está en negro. Se trata, fundamentalmente, de una historia sobre la culpa, el pasado y la incapacidad de escapar de los traumas que nos marcan.

La dirección de Justin P. Corstjens es impecable, especialmente considerando el presupuesto que presumiblemente tuvo. Utiliza la iluminación de forma magistral, aprovechando las sombras y los contrastes para generar tensión y amplificar la sensación de opresión. Los planos largos y la lentitud en la exposición de ciertas escenas, lejos de ser una debilidad, sirven para aumentar la inquietud y dar tiempo al espectador a asimilar lo que está presenciando. Hay momentos en los que el director consigue un nivel de suspense realmente brillante, utilizando el silencio y la música de forma evocadora para anticipar la llegada de un terror inminente. Pero, en cierto modo, esa lentitud también se convierte en un pequeño punto débil, ya que algunas escenas podrían haber sido más dinámicas.

El reparto es bastante sólido, encabezado por Aaron Poole, quien ofrece una actuación convincente como el restaurador de reliquias, Samuel. Poole transmite perfectamente la fragilidad emocional y la creciente paranoia de su personaje, mostrando un arco evolutivo creíble y aterrador. Las actuaciones de los secundarios, incluyendo a la joven actriz Poppy Molineaux como la hija de Samuel, también son destacables. Sin embargo, algunos personajes se sienten un poco planos y carecen de profundidad, lo que resulta en interacciones que, en ocasiones, se sienten forzadas. No obstante, la interpretación de Molineaux es un punto fuerte, aportando vulnerabilidad y autenticidad a la trama.

En cuanto al guion, la película se basa en los elementos que hicieron tan atractiva la primera entrega, pero expande considerablemente las tramas secundarias. La introducción de la historia familiar y el pasado de la familia que habitó la mansión añade una capa de complejidad moral y dramática. Sin embargo, la película a veces se deja llevar por la sobreexposición de detalles y algunos diálogos se sienten un tanto artificiales. El ritmo, como ya se ha mencionado, es irregular, alternando momentos de intensa tensión con exposiciones que ralentizan la acción. A pesar de las inconsistencias, el guion presenta ideas interesantes y explora temas complejos relacionados con la responsabilidad, el sacrificio y la naturaleza del mal. La resolución, aunque predecible, cumple su cometido y ofrece una conclusión satisfactoria para la historia.

En definitiva, “La Casa Que Nunca Muere II” es una secuela que se esfuerza por superar las limitaciones de su predecesora. Es un tributo al terror psicológico clásico con algunas mejoras técnicas y narrativas, pero también con ciertos tropeles y decisiones estilísticas cuestionables. Es un ejemplo de cómo un buen diseño de sonido y una atmósfera tensa pueden compensar ciertas deficiencias en la historia. Es una película que recomendaría a los fans del género y a aquellos que aprecien un terror más reflexivo que simplemente basado en sustos baratos.

Nota: 7/10