La cena de los acusados (1934)

“La cena de los acusados” (Originalmente “Dinner with Detectives”) es una joya cinematográfica, una miniserie de televisión de 1998 que, a pesar de su formato de episodios, se siente casi como una película larga y densa. La serie, aunque ya un clásico del género de detectives, sigue manteniendo una frescura sorprendente y una tensión palpable que pocas producciones de su época lograron alcanzar. La historia, centrada en la llegada del detective Miles Archer (John Turturro) y su esposa, la detective Lillian Archer (Angela Lansbury), a la tranquilidad de un pueblo americano para investigar una serie de asesinatos inexplicables, es mucho más que un simple caso policial; es un viaje introspectivo a la psique humana y una brillante exploración de la culpa, el recuerdo y el peso del pasado.

La dirección de Alan J. Pakula es magistral. Pakula, conocido por su trabajo en “El factor humano” y “Miami Vice”, consigue crear una atmósfera de incertidumbre y claustrofobia constante, utilizando el entorno rural y las casas de campo como elementos clave para construir la sensación de estar atrapado en un laberinto de secretos. La cámara, a menudo lenta y deliberada, se centra en las expresiones faciales de los personajes, transmitiendo una complejidad emocional que va más allá de las simples interrogaciones policiales. La banda sonora, minimalista y evocadora, contribuye a subrayar el tono sombrío y melancólico de la historia. La planificación de las escenas es impecable, especialmente aquellas donde la lógica deductiva de Archer se confronta con el recuerdo fragmentado de Lillian. Estas secuencias, a menudo presentadas como flashbacks, son particularmente efectivas en la creación de suspenso.

Las actuaciones son excepcionales. John Turturro, en el papel de Archer, ofrece una interpretación que va más allá de la de un detective duro y pragmático. Su personaje es un hombre atormentado por su pasado y su capacidad para ver a través de las mentiras. Angela Lansbury, en su última gran interpretación, aporta una elegancia y una vulnerabilidad conmovedoras a Lillian, una mujer que lucha contra sus propios demonios y que se siente incapaz de escapar de las sombras del recuerdo. Las actuaciones secundarias, con James Garner y Barbara Hershey como el duodécimo hombre y la esposa del sheriff, respectivamente, son igualmente sólidas y añaden profundidad al enredo. La dinámica entre los personajes, marcada por la incomunicación y la desconfianza mutua, es uno de los puntos fuertes de la serie.

El guion, coescrito por Ronald Leishman y Robert Logie, es inteligente y sutil. No se limita a presentar pistas y deducciones; explora las motivaciones y los miedos de los personajes, y plantea preguntas sobre la naturaleza de la verdad, la justicia y la redención. El giro final, revelado al final de la última entrega, es particularmente impactante y, aunque predecible para algunos, está perfectamente integrado en la trama. La serie no rehuye la ambigüedad moral; los personajes no son ni buenos ni malos, sino seres humanos complejos y imperfectos, luchando por encontrar sentido a sus vidas y a sus errores. La complejidad del caso y el desarrollo psicológico de los protagonistas lo convierten en una experiencia cinematográfica memorable, mucho más rica que una simple serie de misterio.

Nota: 9/10