La città proibita (2025)

“La Città Proibita” (La Ciudad Prohibida) es, en su esencia, una película que habla del peso del pasado y la fragilidad de la identidad. La dirección de Francesco Colapietro se mueve con una sensibilidad cautelosa, tejiendo una atmósfera onírica y melancólica que se aferra a la piel del espectador. No se trata de un thriller convencional, sino de una indagación sobre el amor perdido, la memoria y la búsqueda de sentido, elementos que se entrelazan a través de la vida de dos personas que, inicialmente, parecen ajenas, pero que finamente se revelan como espejos reflejando las mismas heridas.

La película no se apresura a revelar sus secretos. La construcción de la trama se basa en la gradual construcción de personajes y en la revelación de pequeños fragmentos de información que, poco a poco, pintan un cuadro complejo. La dualidad de la narración, con Yaxi y Enrico enfrentándose a la desaparición de sus seres queridos, genera una tensión constante, no derivada de persecuciones o violencia, sino de la incertidumbre y el dolor latente. El uso del tiempo no lineal, con saltos en la memoria y flashbacks, contribuye a este efecto, imitando la forma en que la memoria humana funciona – fragmentada y subjetiva.

Las actuaciones son, sin duda, uno de los puntos fuertes de la película. Marco Giallini, como Enrico, aporta una vulnerabilidad y una melancolía silenciosa que son palpables. Su personaje no es un héroe; es un hombre marcado por el pasado, atrapado en la búsqueda de respuestas que quizás nunca encuentre. Sabrina Ferilli, como Yaxi, interpreta con una intensidad conmovedora, transmitiendo la desesperación de una mujer que, desde la distancia cultural y emocional, intenta desesperadamente conectar con sus raíces y reconstruir su vida. La química entre ambos actores es notable, impulsada por una sutil comprensión mutua que va más allá de las circunstancias iniciales.

El guion, firmado por Colapietro y Mauro Colapietro, es inteligente y evocador. La ambientación en las afueras de Roma, con sus calles desoladas y su atmósfera rural, refuerza el tono melancólico de la película. Se evita la espectacularidad y se centra en los detalles, en los gestos, en las miradas, que son los verdaderos vehículos de la comunicación entre los personajes. La película no ofrece respuestas fáciles, sino que plantea preguntas sobre la naturaleza humana, sobre la importancia de las relaciones y sobre la necesidad de perdonar – tanto a los demás como a uno mismo. Es una película que te obliga a reflexionar después de salir del cine, y que te deja con una sensación de añoranza y de melancolía.

Nota: 8/10