La cordillera (2017)

“La Cordillera” es una película que se instala en la mente como un escalada lenta y claustrofóbica. Dirigida por Nicolás Pesce, la obra es un retrato implacable del poder, la familia y la fragilidad humana, todo envuelto en la atmósfera densa y opresiva de una cumbre internacional en Chile. Ricardo Darín, en el papel de Hernán Blanco, ofrece una actuación magistral: su rostro, casi siempre inexpresivo, es un campo de batalla donde se revelan las tensiones contenidas, los miedos y las dudas que lo consumen. Darín no se limita a interpretar un presidente; es la encarnación de la responsabilidad, de la carga del mundo sobre sus hombros, y lo transmite con una sutileza perturbadora.

Pesce logra crear una narrativa que se centra no tanto en el drama político, aunque este está presente y se siente palpable, sino en el conflicto interno de Hernán. La cumbre, con sus protocolos y diplomáticos, sirve de telón de fondo para el verdadero drama: la relación tormentosa con su hija, interpretada con una intensidad devastadora por Josefina Sanz. La película explora la incomunicación, la frustración y el dolor profundo que pueden surgir entre padres e hijos, y cómo estas heridas pueden afectar la capacidad de tomar decisiones, incluso las más importantes. Esta dualidad, el dilema político versus el personal, es lo que le da a la película una profundidad emocional que va más allá del género político thriller.

La dirección de Pesce es precisa y deliberada. La película emplea un montaje fragmentado, con tomas largas y sin diálogos, que intensifican la sensación de encierro y presión. El uso del color es igualmente efectivo: el azul, asociado a la cordillera y al frío, domina la paleta, mientras que los grises y los ocres reflejan la desesperación y la falta de esperanza. La banda sonora, minimalista y perturbadora, contribuye a crear una atmósfera de tensión constante. La película no ofrece respuestas fáciles, sino que plantea preguntas incómodas sobre la naturaleza del poder, la responsabilidad y el precio que pagamos por la ambición.

Si bien el ritmo pausado puede no ser del gusto de todos, es precisamente esta lentitud la que permite a la película profundizar en la psicología de sus personajes y en los matices de la trama. "La Cordillera" no es un espectáculo grandilocuente, sino una reflexión sutil y dolorosa sobre la condición humana, la búsqueda de la identidad y la dificultad de escapar de los propios demonios. Es una película que se queda con el espectador mucho después de que terminan los créditos, obligándolo a confrontar sus propias convicciones y prejuicios.

Nota: 8/10