“La cruz de hierro” (Eisenkreuz) de Stefan Brest: un drama bélico que, lejos de glorificar la guerra, se erige como un estudio sombrío y profundamente inquietante sobre la moralidad en tiempos de conflicto. La película, estrenada en 1950, ofrece una visión realista y, en muchos sentidos, desgarradora de la psique de los soldados alemanes en la brutalidad del frente oriental. Brest no recurre a la grandilocuencia típica del cine bélico de la época; en cambio, se centra en los detalles, en las micro-dinámicas que definen las relaciones humanas en medio de un horror constante.
La dirección de Brest es precisa y atmosférica. El uso de la luz y la sombra contribuye a la sensación de claustrofobia y desesperación que permea la película. Las escenas de batalla, aunque violentas, se filman con una sobriedad que evita la espectacularización. Lo importante aquí no es mostrar la acción en sí, sino transmitir el coste humano de la guerra. El director logra un equilibrio notable entre la representación de la brutalidad física y la exploración de la deshumanización que experimentan los soldados. Se percibe una gran habilidad en la construcción de planos y en la composición de las imágenes, buscando siempre la máxima expresividad narrativa.
Las actuaciones son, en su mayoría, sobresalientes. Wolfgang Beck es absolutamente convincente como el sargento Steiner, un hombre marcado por las heridas físicas y psicológicas de la guerra. Su figura representa la resistencia, la disciplina y la capacidad de aferrarse a un código moral que, aunque fragmentado, aún persiste. En contraste, Klaus Kinski, en su papel de capitán Stransky, ofrece una interpretación perturbadora. Stransky no es un villano clásico; es un hombre convencido, un sujeto fácilmente influenciable por la propaganda y la ambición. Kinski logra transmitir la desesperación y la confusión de un hombre atrapado en una maquinaria bélica que le ha borrado la humanidad. La química entre Beck y Kinski es palpable y fundamental para el desarrollo dramático de la película.
El guion, adaptado de la novela de Hans May, es lo más destacado de la película. Brest se adentra en la psicología de los personajes, explorando las contradicciones internas que los atormentan. La película no busca respuestas fáciles ni juicios definitivos. Más bien, presenta una multiplicidad de perspectivas, dejando al espectador la tarea de cuestionar sus propias convicciones. El uso de diálogos crudos y directos, a veces incluso brutales, refleja la realidad de las comunicaciones entre los soldados en el frente de batalla. La historia, aunque centrada en la rivalidad entre Steiner y Stransky, es en realidad una metáfora sobre la pérdida de la individualidad en un régimen totalitario y la dificultad de mantener la integridad moral en medio del caos.
“La cruz de hierro” es una película que no se olvida fácilmente. Es un retrato honesto y perturbador de la guerra, un análisis perspicaz de la naturaleza humana y una poderosa reflexión sobre la responsabilidad individual en tiempos de conflicto. No es un espectáculo fácil de ver, pero su impacto emocional y su relevancia moral la convierten en una obra cinematográfica de considerable importancia.
Nota: 8/10