“La Cuarta Guerra” no es un thriller de espías convencional, ni tampoco una epopeya bélica. Es, en cambio, una meditación inquietante sobre la fragilidad de la paz y el coste humano de la paranoia. Dirigida por Pål Fillod, la película se centra en la tensa relación entre dos hombres, el sargento alemán Knowles y el capitán checoslovaco Valachev, ambos observadores militares que se encuentran en la línea de frontera, un lugar donde la tensión es palpable y el riesgo de un enfrentamiento es constante. La película, a pesar de su aparente sencillez, se construye con una meticulosa planificación y una atmósfera que te instala desde el primer segundo.
El director consigue un trabajo sobresaliente en la dirección de actores. Ulrich Matthes, como Knowles, ofrece una actuación desarmante y cautivadora. Su personaje, un hombre aparentemente apático y desilusionado, se revela progresivamente a través de gestos, miradas y silencios, transmitiendo una profunda sensación de cansancio y desconfianza. La química entre Matthes y Jan Háša, quien interpreta a Valachev, es el corazón de la película. Su relación, basada en la cautela y la incomunicación, es increíblemente efectiva, creando una tensión constante que te mantiene al borde del asiento. Ambos actores logran expresar una gama emocional vasta con una mínima cantidad de diálogo, lo cual es una de las virtudes más destacadas del guion.
El guion, aunque no busca ofrecer giros argumentales sorprendentes, sobresale en su realismo y profundidad psicológica. Evita los clichés del género y se centra en el proceso gradual de desconfianza entre los personajes. Las conversaciones son deliberadamente breves y cargadas de significado, y las miradas transmiten mucho más que las palabras. La película no se esfuerza en explicar la causa de la tensión, sino que la muestra como una realidad inherente a la situación geopolítica. Esta decisión, lejos de ser una debilidad, enriquece la experiencia, obligándote a reflexionar sobre las consecuencias de la polarización y la propaganda. La película también logra transmitir la soledad de los personajes, atrapados en un lugar aislado y condenados a observar la amenaza constante sin poder cambiar su destino.
Visualmente, "La Cuarta Guerra" es un triunfo. La fotografía de Peter Strindberg es impecable, utilizando una paleta de colores apagados y una iluminación natural para crear una atmósfera opresiva y claustrofóbica. Los paisajes, dominados por un terreno agreste y un cielo plomizo, refuerzan la sensación de aislamiento y desolación. El ritmo de la película es deliberadamente lento, permitiendo que la tensión se acumule gradualmente. No hay explosiones ni persecuciones, sino una observación paciente y reflexiva de la vida en la frontera. Esta lentitud, si bien puede resultar frustrante para algunos espectadores, es esencial para el desarrollo del drama y la creación de la atmósfera inquietante que define la película.
En definitiva, “La Cuarta Guerra” es una obra de arte que te hace pensar. Es un recordatorio sombrío de que la guerra no siempre se libra con armas; a veces, se construye con la desconfianza, la paranoia y la incapacidad de comunicarnos. Una película que, más allá del género, presenta una reflexión valiosa sobre la naturaleza humana y los peligros de la división.
Nota: 8/10