La divertida noche de los zombies (1988)

“La divertida noche de los zombies” no es, precisamente, una obra maestra del género zombi, pero sí una refrescante y a veces incluso ingeniosa incursión en la tradición con un toque de humor negro que, a mi juicio, la eleva por encima de muchas de sus competidoras. La película, dirigida con una notable habilidad por el veterano David Moreau y la joven Charlotte Valle, se aleja de la grandilocuencia y la violencia gratuita, apostando por la tensión psicológica y un ritmo pausado que permite que la historia, aunque simple en su premisa, se desarrolle de manera efectiva.

La película, ambientada en un pequeño y apacible pueblo, se centra en un grupo de jóvenes que se encuentran con un cargamento de barriles misteriosos abandonados cerca de un cementerio. La curiosidad, impulsada por la adolescencia, les lleva a abrir uno de los barriles, desencadenando una serie de eventos que, poco a poco, revelan la terrible verdad: el contenido de los barriles ha resucitado a los muertos. El ingenio del guion reside en no caer en clichés zombiscos. Los muertos no son necesariamente criaturas voraces y hambrientas; más bien, representan una amenaza sutil, una perturbación en el orden establecido. Moreau y Valle evitan el horror visceral y se enfocan en las reacciones de los personajes, en su miedo y confusión, creando una atmósfera de inquietud constante.

Las actuaciones son sólidas y naturales, destacando especialmente el trabajo de los jóvenes protagonistas. No se trata de actores que se esfuerzan por ser “zombies”, sino de jóvenes que transmiten con convicción sus emociones. La química del grupo es palpable y contribuye a que el espectador se involucre en sus dilemas. En particular, la interpretación de Lucas, el joven que comienza a vislumbrar la naturaleza real de la amenaza, es convincente y aporta una capa de complejidad al personaje. La dirección de actores es precisa, permitiendo que cada uno exprese su temor y desorientación a través de miradas, gestos y diálogos sutiles.

La película no intenta ser la próxima “Zumbiedo” o “Dawn of the Dead”. Su fuerza reside en su atmósfera, en su ritmo deliberado y en su enfoque en el impacto psicológico de la amenaza. La fotografía, con una paleta de colores apagados y contrastes oscuros, contribuye a la sensación de opresión y fatalidad. El diseño de sonido, aunque no particularmente innovador, cumple su función de intensificar la tensión y el miedo. Sin embargo, es posible que algunos espectadores, acostumbrados a películas de zombies más convencionales, encuentren el ritmo lento y la falta de acción a veces frustrante. No obstante, para aquellos que aprecien una aproximación más inteligente y menos convencional al género, “La divertida noche de los zombies” es una experiencia recomendable. La película, en última instancia, es una meditación sobre el miedo, la pérdida y la fragilidad de la vida.

Nota: 7/10