“La Doncella” (La Femme Écarlate) de Kim Jee-woon es una obra maestra inquietante, un drama psicológico que se aferra a la memoria y al trauma con una precisión quirúrgica. A nivel técnico, la película es, sencillamente, impecable. La fotografía de Hong Jung-ki, con sus paletas de color sepia y sus juegos de luz y sombra, evoca la atmósfera opresiva de la ocupación japonesa, intensificando la sensación de aislamiento y desesperación que permea la historia. El uso del blanco y negro, particularmente en las escenas del pasado, funciona como un poderoso símbolo del silencio y la imposibilidad de escapar al trauma. No es solo una estética; es una decisión narrativa fundamental que resalta el carácter fragmentado de la memoria.
La dirección de Kim Jee-woon es magistral. No se limita a narrar los hechos, sino que los utiliza para construir una experiencia sensorial para el espectador. La película opera en un territorio complejo, explorando la naturaleza del recuerdo y su poder para distorsionar la realidad. El ritmo deliberadamente pausado, a veces casi letárgico, crea una tensión incesante, una sensación de que algo terrible está a punto de suceder, y que lo hace con una sutileza aterradora. El uso del tiempo no lineal, con saltos entre el presente, el pasado y, en cierta medida, el futuro, obliga al espectador a participar activamente en la reconstrucción de la historia, aumentando la sensación de incomodidad y ambigüedad.
Las actuaciones son, sin duda, un pilar fundamental de la película. Lee Jung-jae, como el conde, ofrece una interpretación sutil y compleja. Su personaje, con su retórica florida y su fascinación por Hideko, es a la vez encantador y perturbador. Pero el verdadero corazón de la película reside en la interpretación de Song Hye-kyo como Hideko. Su actuación es hipnótica. Ella transmite con una mirada, con un gesto, la fragilidad de su alma, el peso del pasado y la lucha interna entre la esperanza y la resignación. La tensión emocional que genera es palpable, y su transformación a lo largo de la película es conmovedora y devastadora.
El guion, adaptado de un relato de Kyung-sook Yi, es lo que realmente eleva la película a la categoría de obra maestra. No se basa en el melodrama barato o en el gore explícito, sino que se concentra en la exploración de la psicología de los personajes y en la construcción de una atmósfera de terror psicológico. La película plantea preguntas incómodas sobre la memoria, el trauma, la culpa y la naturaleza de la identidad. El final, abierto y ambiguo, no ofrece respuestas fáciles, sino que deja al espectador reflexionando sobre los horrores del pasado y las consecuencias de la inacción. La película es un recordatorio escalofriante de que la verdad, a menudo, está enterrada bajo las capas de la mentira y el silencio.
Nota: 9/10