“La Espía que me Amó” (originalmente “The Spy Who Loved Me”) es, en retrospectiva, un título que captura a la perfección la exuberancia y el exceso propio de la James Bond de James Bond: un espectáculo visualmente deslumbrante, un torbellino de acción y una trama, si bien no la más profunda, que cumple con las convenciones del género, pero que carece de la sofisticación narrativa y la carga emocional que caracterizaron a las primeras entregas. La película, estrenada en 1977, es un ejercicio de espectáculo cinematográfico que, si bien no llega a la grandeza de algunas de sus predecesoras, ofrece una experiencia de entretenimiento considerablemente disfrutable, especialmente para aquellos acostumbrados a las convenciones del universo 007.
La dirección de John Glen es, sin duda, el punto fuerte de la película. Glen crea una atmósfera de tensión constante, jugando con la escala grandiosa de los escenarios – los espectaculares submarinos, la bulliciosa ciudad de Móscú, la icónica torre del Kremlin – y la coreografía de acción impecable. Las secuencias de acción, a menudo coreografiadas con una precisión asombrosa, son verdaderamente memorables, con la famosa secuencia en la Torre del Kremlin, con Bond escalando la estructura en un ballet de acción y peligro, destacando por su audacia y creatividad. Glen maneja el ritmo con maestría, alternando momentos de tensión claustrofóbica con explosiones de acción desenfrenada, logrando mantener al espectador enganchado desde el principio hasta el final.
Las actuaciones son sólidas, aunque no siempre sobresalientes. Roger Moore, en el papel de James Bond, ofrece una versión del agente 007 ligeramente más cercana a la comedia que a la seriedad, una elección que, en retrospectiva, puede ser vista como una forma de suavizar el personaje para el público de la época. Sin embargo, Moore transmite la elegancia y el carisma que siempre han sido características del personaje, y su relación con la antagonista, la agente soviética Voronov (la inigualable Barbara Carrera), es visualmente atractiva y, aunque poco profunda, añade una capa de sensualidad a la narrativa. Barbara Carrera, en el papel de Voronov, brilla con fuerza, convirtiéndose en una de las villanas más memorables del universo Bond. La química entre ella y Moore es palpable, y su antagonismo se alimenta de una atracción casi inevitable.
En cuanto al guion, escrito por Richard Dodd, Jack Irvine y Anthony Tempelton, la trama, si bien funcional, se siente a veces demasiado resuelta y simplificada. La ambición del magnate Stromberg, un fanático religioso que busca la "pureza" a través de la destrucción de la humanidad y la creación de una sociedad submarina, es un cliché recurrente en la franquicia, pero la ejecución carece de la complejidad y el matiz que se podrían haberle dado. La exploración de temas como la fe, la religión y el fanatismo, aunque presente, se percibe superficial. Sin embargo, el guion consigue introducir elementos de suspense, intriga y romance, ofreciendo un equilibrio razonable entre los diferentes elementos que conforman la película. La inclusión de la película de animación "Mr. Henderson Presents" como un elemento sorprendente y desconcertante es un ejemplo de la apuesta por la innovación y la sorpresa que caracterizó la época.
Nota: 7/10