La fiebre de Petrov (2021)

“La fiebre de Petrov” (2023) no es un thriller convencional ni una comedia surrealista fácil. Es, en su lugar, una película inquietante y profundamente personal que se aferra a la fragilidad de la memoria, la desorientación post-soviética y la manera en que la enfermedad puede desdibujar la línea entre la realidad y el sueño. La dirección de Elena Grigorieva es magistral en su sutil pero constante manipulación de la percepción del espectador, creando un ambiente opresivo y creíble que refleja el estado mental de Petrov, su protagonista, a medida que la fiebre lo consume.

El guion, adaptado de una novela de Dimitri Biryukov, es complejo y deliberadamente ambiguo. No se ofrece una explicación clara de la epidemia, ni de las alucinaciones de Petrov. Lo que sí se presenta es una profunda exploración de la memoria fragmentada, la nostalgia por un pasado que se desdibuja y la desesperación de un hombre atrapado en un presente turbulento. El filme evita caer en clichés, optando por una representación honesta y a menudo perturbadora de la enfermedad y su impacto en la psique. La película se nutre de imágenes y referencias a la cultura rusa, especialmente del cine de Tarkovski y Eisenstein, sin imitarlos, sino que los utiliza como un lenguaje simbólico que refuerza la atmósfera onírica. El tratamiento de la lengua rusa, a través del diálogo, es un elemento clave para entender la complejidad emocional del personaje.

Las actuaciones son excepcionales. Kirill Pirogov como Petrov entrega una interpretación intensamente convincente. Su mirada transmite una mezcla de confusión, desesperación y una extraña calma que sugiere que el personaje ha llegado a aceptar su estado alterado. Su transformación, tanto física como emocional, es gradual y creíble, y la audiencia se ve arrastrada a su viaje mental. El personaje de Igor, interpretado por Vladislav Lapina, complementa a Petrov con una presencia silenciosa pero significativa, actuando como un espejo de sus propias dudas y miedos. La química entre ambos actores es palpable, creando un vínculo emocional que sustenta la trama.

Sin embargo, "La fiebre de Petrov" no es una película para todos los públicos. Su ritmo lento, la ambigüedad y la dificultad para seguir el hilo temporal pueden frustrar a algunos espectadores. La película exige un compromiso activo por parte del espectador, invitándolo a participar en la construcción del significado. No es un filme que se pueda simplemente “ver”, sino que requiere una reflexión posterior y, quizás, múltiples visionados para apreciar plenamente su riqueza simbólica. No es una película que te ofrece respuestas fáciles, sino que te deja con más preguntas de las que te da. En este sentido, es una de las joyas del cine ruso contemporáneo, una obra que desafía las convenciones narrativas y nos obliga a confrontar las profundidades de la psique humana.

Nota: 7/10