La forma del agua (2017)

“La forma del agua” no es solo una película; es una experiencia visceral, una invitación a la contemplación y una de las obras maestras más hermosas y conmovedoras del cine reciente. Dirigida por Guillermo del Toro, la película se sumerge en un universo de magia, fantasía y, sobre todo, una profunda sensibilidad humana. A pesar de su apariencia de película de ciencia ficción, el núcleo de la narrativa es, en esencia, una historia de amor, redención y la lucha por la supervivencia en un mundo que se muestra amenazante y, a menudo, indiferente.

Del Toro ha logrado crear un ambiente único y cautivador. El diseño de producción es absolutamente impecable, transportándonos a los años 60 con una riqueza de detalles que acentúan la atmósfera de paranoia y vigilancia que caracteriza la Guerra Fría. El laboratorio donde se desarrolla la mayor parte de la historia se convierte en un personaje en sí mismo, con sus pasillos húmedos, sus tanques de agua turbia y sus máquinas que susurran secretos. La fotografía de Dan Lavery, con sus tonos azules y verdes que predominan, contribuye enormemente a esta sensación de inmersión, intensificando la melancolía y la belleza natural de la historia. Pero no se trata solo de estética; el dominio visual de Del Toro sirve para construir una narrativa visualmente rica y sugestiva, donde cada plano, cada imagen, tiene un propósito.

Las actuaciones son excepcionales en todo sentido. Sally Hawkins, como Elisa, ofrece una interpretación magistral de una joven muda que se comunica a través de miradas, gestos y una profunda conexión con el mundo que la rodea. Su vulnerabilidad, su determinación y su inmensa bondad la convierten en una heroína admirable. Diego Luna, como Richard Thorpe, el agente del FBI, aporta una complejidad matizada al personaje, mostrando un hombre dividido entre el deber y su propia humanidad. Eiza González, como Zelda Fuller, la enfermera del laboratorio, complementa la película con una interpretación que equilibra la maldad con un cierto aire de tragicidad. La química entre Hawkins y Luna es palpable, construyendo una relación emocional que es al mismo tiempo frágil y poderosa.

El guion de David Lowery es, sin duda, uno de los puntos fuertes de la película. La historia, aunque aparentemente sencilla, está repleta de capas de significado. Explora temas como la discriminación, la alienación, la importancia de la conexión humana y la defensa de los derechos de los más vulnerables. La narrativa, por momentos lenta y contemplativa, permite que las emociones se desarrollen de manera orgánica, creando un impacto emocional duradero. El diálogo es inteligente y bien escrito, contribuyendo a la creación de personajes complejos y creíbles. La película no rehúye de la tristeza y la pérdida, pero también ofrece momentos de esperanza y alegría, mostrando la capacidad del espíritu humano para resistir y para amar, incluso en las circunstancias más adversas.

En definitiva, "La forma del agua" es una película que se queda grabada en la memoria. Es una obra de arte cinematográfica que merece ser vista y revisitada. Es un tributo a la belleza, la magia y la capacidad de la humanidad para sorprender.

Nota: 9/10