La guarida del gusano blanco (1988)

“La guarida del gusano blanco” (The Burrow), la reciente película de arte del director andaluz Juan Manuel de Otxoa, no es una película fácil de digerir, ni busca complacer a todo el mundo. Es, sin duda, una experiencia visceral y perturbadora que se queda en la memoria como una reflexión inquietante sobre el trauma, el aislamiento y la búsqueda de un pasado que se resiste a ser olvidado. De Otxoa, conocido por su sensibilidad en la dirección y su capacidad para evocar atmósferas opresivas, despliega aquí una de sus obras más personales, y probablemente, una de las más difíciles de interpretar.

La película se centra en Angus Flint, interpretado con una actuación magistral por el actor británico Sam Riley. Riley ofrece una interpretación sutil pero profundamente emotiva, construyendo un personaje frágil y atormentado, un arqueólogo obsesionado con el pasado y con la idea de encontrar una verdad enterrada, tanto en las ruinas que explora como en su propia psique. El personaje, a pesar de su intelectualidad y su rigor metodológico, es esencialmente vulnerable, una víctima de sus propias obsesiones. La dirección de Riley es crucial; el actor transmite el peso del dolor, la soledad y el miedo que Angus siente, comunicándolo a través de miradas, gestos y silencios que hablan más que mil palabras.

La cinematografía de la película es, sin duda, uno de sus mayores atractivos. El uso de colores apagados, la fotografía en blanco y negro y las largas tomas lentas contribuyen a crear una atmósfera de angustia y desolación. Los paisajes del norte de Inglaterra, sombríos y brumosos, se convierten en personajes más que en meros fondos. De Otxoa, a través de la lente de la cámara, se adentra en la mente de Angus, desvelando sus recuerdos fragmentados y sus pesadillas. La banda sonora, también minimalista y evocadora, complementa la atmósfera opresiva y contribuye a la sensación de inquietud constante.

El guion, aunque lento y deliberadamente denso, es lo que realmente impulsa la historia. La trama no se desarrolla a través de un argumento lineal, sino que se presenta como una serie de flashbacks y asociaciones mentales. De Otxoa no ofrece respuestas fáciles, sino que plantea preguntas sobre la naturaleza del trauma y la dificultad de superar el pasado. La película no se preocupa por explicar todo, sino que deja al espectador con la tarea de interpretar los fragmentos y sacar sus propias conclusiones. Si bien puede resultar frustrante para aquellos que buscan un entretenimiento ligero, para quienes disfrutan de las películas que invitan a la reflexión, “La guarida del gusano blanco” es una experiencia gratificante y, a la vez, perturbadora.

A pesar de su ritmo pausado y su temática oscura, la película mantiene un cierto encanto visual y una poderosa carga emocional. Es una obra que requiere atención y paciencia, pero que recompensa al espectador con una experiencia cinematográfica memorable. No es una película para todos los gustos, pero para aquellos que buscan algo diferente, “La guarida del gusano blanco” es una joya a descubrir.

Nota: 7/10