La hija de Dios (2016)

“La Hija de Dios” no es una película que se olvida fácilmente, aunque su premisa inicial, la de una joven latinoamericana impactada por un evento milagroso, pueda sonar, en principio, algo trillada. Sin embargo, la dirección de Marc Foster logra trascender ese cliché, ofreciendo una experiencia visualmente impactante y, sorprendentemente, emocionalmente resonante. Foster se permite jugar con la lente y la iluminación de una manera exquisita, creando imágenes que evocan la inminencia de lo sobrenatural y la fragilidad de la fe. Las escenas donde la protagonista, Julia Márquez, experimenta las extrañas sensaciones no son meros artificios de efectos especiales, sino que están profundamente arraigadas en la psicología del personaje, lo que las hace creíbles y perturbadoras.

El núcleo de la película reside en las actuaciones. Mariana Santos, en el papel de Julia, es sencillamente magistral. Su interpretación va más allá de la mera representación de una joven asustada; nos transmite la genuina confusión, el miedo visceral y, finalmente, la convicción de un ser que se enfrenta a lo inexplicable. La química entre Santos y el veterano actor Óscar Jaenroma, quien interpreta al detective Ben Miller, es palpable y fundamental para el desarrollo de la trama. Miller no es un detective cliché; es un hombre marcado por sus experiencias, que lucha con sus propios demonios y que, a pesar de su escepticismo inicial, se ve forzado a confrontar la posibilidad de que exista algo más allá de lo que puede explicar con lógica. Jaenroma aporta una humanidad y una vulnerabilidad a su personaje que lo hacen increíblemente atractivo.

El guion, aunque a veces se arrastra un poco en el desarrollo de algunos elementos secundarios, presenta una construcción narrativa sólida y un ritmo bien calibrado. La trama se despliega a un ritmo pausado, permitiendo que el espectador se sumerja en la atmósfera inquietante y en la complejidad psicológica de los personajes. El guion explora temas como la fe, el perdón, el trauma y la búsqueda de la verdad, planteando preguntas profundas sin ofrecer respuestas fáciles. La película no intenta justificar el milagro ni demonizarlo; simplemente presenta la experiencia de Julia como un evento inexplicable y, al mismo tiempo, como un catalizador para su transformación personal. El final, deliberadamente ambiguo, invita a la reflexión y a que cada espectador tire a sus propias conclusiones. Se agradece la ausencia de soluciones simplistas y la aceptación de que algunos misterios permanecen sin resolver.

Si bien la película podría haber beneficiado de un mayor pulido en algunos detalles, “La Hija de Dios” es, en última instancia, una película inquietante y visualmente hermosa que explora la intersección entre la fe y el escepticismo. Es una experiencia cinematográfica que perdura mucho después de que los créditos finales hayan terminado de rodar.

Nota: 7.5/10