“La hija oscura” (The Dark Daughter) no es una película que te deja indiferente, y mucho menos te la olvidas fácilmente. Es una exploración visceral y perturbadora de los fantasmas del pasado, el duelo y la culpa, conducida por una dirección magistral de Coralie Fargeot y un elenco que entrega actuaciones que rozan lo excepcional. La película, ambientada en un remoto entorno costero francés, construye una atmósfera de creciente tensión desde sus primeros minutos, utilizando la belleza natural del paisaje para contrastar con la oscuridad que se cierne sobre la protagonista, Eve.
El guion, adaptado de la novela homónima de Éric Barbanson, no se limita a contar una historia de obsesión, aunque ésta sea el núcleo central. Se adentra en la complejidad de la memoria, en las formas en que el pasado puede redefinir el presente y en las consecuencias devastadoras que pueden derivar de la represión. El guion es deliberadamente ambiguo, sin ofrecer respuestas fáciles. Se centra en el proceso de desenterrar verdades dolorosas y en el impacto que estas tienen en la psique de los personajes. La película no busca justificar las acciones de Eve, sino que las presenta como el resultado de un sufrimiento profundo y de una incapacidad para afrontar su propio pasado.
La dirección de Fargeot es, sin duda, uno de los puntos fuertes de la película. Logra un equilibrio perfecto entre la belleza visual y la crudeza emocional. La fotografía de Maxime Bouttier es exquisita, capturando la luz del sol brillando sobre el agua, las sombras profundas del bosque y la melancolía palpable de los rostros de los personajes. La banda sonora, minimalista y evocadora, refuerza la atmósfera de suspense y de inquietud. Pero más allá de la estética, la dirección de Fargeot se distingue por su capacidad para crear un ritmo pausado y contemplativo, que permite al espectador absorber lentamente la historia y la psicología de los personajes.
Las actuaciones son, en general, sobresalientes. Sophie Kelsch, en el papel de Eve, ofrece una interpretación increíblemente poderosa. Su mirada, llena de angustia y de tormento, transmite a la perfección la lucha interna de la protagonista. Es un papel exigente, que requiere una gran dosis de vulnerabilidad y de fuerza. Sin embargo, también merece una mención especial a la interpretación de la joven Luna, la hija de la pareja obsesiva. Su actuación es sutil pero profundamente conmovedora, capturando la inocencia y la confusión de un niño que se ve envuelto en un drama familiar complejo y perturbador. La dinámica entre Eve y Luna es, a la vez, inquietante y conmovedora.
En definitiva, “La hija oscura” es una película que invita a la reflexión y que desafía al espectador a confrontar sus propios miedos y dudas. No es una película fácil de ver, pero su potencia emocional y su dirección impecable la convierten en una experiencia cinematográfica inolvidable. Es un trabajo que se queda grabado en la memoria mucho después de que los créditos finales hayan rodado.
Nota: 8.5/10