“La Intérprete” (The Interpreter), de Sergio Leone, no es un thriller político de acción al uso; es una intrincada y elegante danza de manipulación, dudas y revelaciones que se construye lentamente, como un laberinto donde el espectador, junto con el protagonista, se cuestiona constantemente sus propios prejuicios y la veracidad de la información. Leone, conocido por sus épicas y coloridas producciones, sorprende con una película de atmósfera densa y personajes moralmente ambiguos, alejándose de su habitual estilo.
El núcleo de la película reside en la relación entre Silvia Broome (Jodie Foster), una intérprete de lengua swahili que trabaja para las Naciones Unidas, y Tobin Keller (Gregory Hines), un agente federal de EE.UU. encargada de su protección. Inicialmente, la dinámica entre ambos se presenta como una típica relación de jefe y subordinado, pero Leone va desmantelando progresivamente esa premisa, revelando una profunda desconfianza mutua que permea cada escena. Foster, en un papel que parece haber sido escrito específicamente para ella, ofrece una actuación magistral, transmitiendo la inteligencia, la vulnerabilidad y la sospecha de Silvia con una sutileza asombrosa. Su interpretación no se limita a la expresividad facial; se filtra por el lenguaje corporal, la mirada y la forma en que se mueve, creando un personaje complejo y profundamente intrigante.
Gregory Hines, por su parte, interpreta a Tobin Keller como un hombre atormentado por sus propios secretos y motivaciones. La película explora la idea de la lealtad, no solo a su país, sino también a sus propios principios. El guion, adaptado de la novela de Lional Griffiths, no se aferra a clichés del género de espías. Leone evita explicaciones simplistas y los detalles del complot se revelan poco a poco, como fragmentos de un rompecabezas. Lo que sí se ofrece es un profundo análisis de la política internacional, las presiones que ejercen las relaciones de poder y las consecuencias morales de las decisiones que se toman. La película invita a reflexionar sobre la responsabilidad individual frente a la corrupción sistémica y cómo la verdad puede ser moldeada por intereses particulares.
La dirección de Leone es impecable. El uso de colores, la fotografía y la música crean una atmósfera opresiva, reflejando la tensión y el paranoia que recorren la película. Las escenas en Nueva York y África, aunque distintas, se integran a la perfección, creando un mundo visualmente rico y convincente. El ritmo pausado, a pesar de ser un factor que podría considerarse negativo por parte de algunos espectadores, es fundamental para el desarrollo de la historia y la construcción de los personajes. “La Intérprete” no es una película que busca agradar a todo el mundo; es una obra que requiere paciencia y atención al detalle, pero que recompensa al espectador con una experiencia cinematográfica compleja, original y profundamente provocadora.
Nota: 8/10