La jugadora de ajedrez (2009)

“La jugadora de ajedrez” es, en su esencia, una película sobre la búsqueda de la identidad y la ruptura, envuelta en una narrativa que, aunque inicialmente sencilla, se revela cada vez más compleja y fascinante a medida que avanza. La película, dirigida por Anne Fontaine, no intenta ser un thriller de suspense, sino más bien un estudio psicológico sobre el despertar de Hélène, interpretada magistralmente por Isabelle Huppert. Huppert, como siempre, ofrece una actuación que trasciende lo meramente interpretativo, convirtiéndose en la propia Hélène, una mujer de mediana edad que se enfrenta a su propio vacío existencial a través de un inesperado encuentro con el ajedrez.

La historia comienza de manera deliberadamente pausada, estableciendo una atmósfera de quietud y melancolía en el pequeño pueblo de Córcega donde Hélène vive. La dirección de Fontaine juega sutilmente con la luz y el color, creando un ambiente que refleja, a la perfección, el estado emocional de su protagonista. No hay momentos grandilocuentes ni explosiones visuales; la fuerza de la película reside en la observación minuciosa de los detalles, en la forma en que se construye la tensión a través de la incomunicación y el creciente interés de Hélène por el juego. El ayuntamiento de la vida de Hélène, su matrimonio aparentemente estancado y su hija distante, se presenta como un lienzo sobre el cual se desarrolla su nueva obsesión: el ajedrez.

El guion, en manos de Anne Fontaine y de la propia Isabelle Huppert (como co-guionista), es inteligente y no cae en clichés. La dinámica entre Hélène y su profesor de ajedrez, Jean-Baptiste (Melvil Poupaud), es el corazón de la película. La relación, inicialmente tensa y hasta hostil, evoluciona de forma orgánica, revelando capas de vulnerabilidad y deseo en ambos personajes. La película explora con maestría la atracción prohibida, el deseo de trascender las limitaciones impuestas por la rutina y la búsqueda de un propósito en la vida. No se ofrece una explicación simplista del porqué de sus sentimientos; la película deja que la audiencia interprete, fomentando la reflexión sobre la naturaleza del deseo y la complejidad de las relaciones humanas.

La fotografía de Claire Mathon es impecable, utilizando la luz natural de Córcega para resaltar la belleza del paisaje y la introspección de la protagonista. La banda sonora, discreta pero efectiva, complementa a la perfección la atmósfera melancólica de la película. Sin embargo, quizás el punto débil reside en algunos diálogos que, en ocasiones, podrían haberse calibrado con mayor precisión para evitar un tono a veces excesivamente académico. A pesar de ello, la película consigue crear una experiencia cinematográfica profundamente emotiva y que invita a la reflexión. Es una exploración sutil y elegante de la soledad, el deseo y la posibilidad de redescubrir uno mismo a través de un juego que, en el fondo, es la metáfora perfecta de la vida: una serie de movimientos que pueden llevar a la victoria o a la derrota.

Nota: 8/10