La leyenda de la Nahuala (2007)

“La leyenda de Nahuala” es una película que, a primera vista, podría parecer otro intento más en el saturado género de terror adolescente. Sin embargo, tras una visión más atenta, se revela como una historia inquietante y atmosférica, que explora temas de miedos infantiles, responsabilidades familiares y el peso del pasado. La película, dirigida con maestría por Ernesto Godoy, logra crear una sensación de incomodidad constante, no a través de sustos fáciles y predecibles, sino a través de una construcción sutil y gradual de la tensión.

El guion, escrito por Godoy y Luis Buzaín, se centra en Leo, interpretado con una actuación genuina y conmovedora por Gael Turrano. Leo es un niño vulnerable, marcado por las exageradas historias de terror que Nando (Sebastián Yaret) le cuenta a su hermano, y cuya inocencia se ve amenazada cuando la familia se muda a una antigua casa en las afueras del pueblo. El conflicto central no reside en la persecución de una entidad sobrenatural, sino en el miedo de Leo a no estar a la altura de las expectativas de su familia, especialmente de su padre, interpretado con una intensidad silenciosa por Horacio Mendoza. Esta ambigüedad en la naturaleza de la amenaza, entre la realidad y la imaginación infantil, es uno de los puntos fuertes de la narrativa.

La dirección de Godoy es especialmente efectiva en el manejo de la atmósfera. Las tomas son lentas, los planos a menudo cerrados y la iluminación, con predominio de sombras y tonos apagados, contribuyen a generar una sensación de claustrofobia y opresión. La casa, escenario central de la película, se convierte en un personaje más, con un diseño de producción impecable que evoca la decadencia y el abandono, elementos que se entrelazan con la creciente paranoia de Leo. La banda sonora, compuesta por Carlos Ostral, es minimalista pero inquietante, empleando sonidos ambientales y melodías melancólicas que refuerzan la atmósfera de suspense.

Las actuaciones son sólidas en general. Además de la interpretación destacada de Turrano, Mendoza ofrece una representación compleja y contenida del padre, un hombre consumido por sus propias demonios. Sin embargo, algunos personajes secundarios resultan algo planos, reducidos a funciones meramente expositivas. A pesar de ello, la película mantiene un ritmo pausado que permite al espectador sumergirse en la historia y, sobre todo, en la creciente angustia de Leo. El final, aunque abierto a interpretaciones, es satisfactorio y refuerza la idea de que los verdaderos monstruos a menudo residen en nuestro interior.

Nota: 7/10