“La llamada” es una película que, a pesar de su premisa inicial de un campamento de monjas, se erige como una reflexión introspectiva y, en ocasiones, sorprendentemente conmovedora sobre la búsqueda de la identidad, la fe y la conexión femenina. La dirección de Carla Simón, directora galardonada con “Estirar las ramas”, demuestra una vez más su maestría en el manejo del melodrama y el suspense psicológico, cultivando una atmósfera de inquietud y vulnerabilidad que permea cada fotograma. Simón no se limita a narrar una historia; crea una experiencia sensorial, utilizando la luz natural y la belleza de los paisajes castellanos para enfatizar la soledad y la búsqueda de un escape.
El núcleo de la película reside en las actuaciones de las tres protagonistas femeninas: María, interpretada con una brillante sutileza por Lucie Debard, Susana (interpretada de manera igualmente efectiva por Anaïs Demoustier) y la monja Bernarda (interpretada con una carga emocional palpable por la actriz Geraldine Chaplin). La relación entre estas tres mujeres, en constante tensión y equilibrio, es el corazón de la narrativa. La dinámica entre la joven y rebelde María, la más reflexiva Susana y la venerable y aparentemente inmutable Bernarda genera un diálogo silencioso pero poderoso. El desarrollo de su interacción, a través de miradas, gestos y silencios, es fundamental para la construcción del argumento y la comprensión de sus conflictos internos.
El guion, adaptado de la novela homónima de Elena Medel, se aparta de la trama original, enfocándose en la experiencia espiritual de María y la evolución de su relación con la fe. La película no ofrece respuestas fáciles ni juicios morales sobre la religión, sino que explora la necesidad humana de trascender lo cotidiano y buscar significado. El uso de la música, especialmente la presencia de Whitney Houston en la escena del "llamado" de María, es un elemento crucial para la construcción de la atmósfera y la conexión emocional. Sin embargo, debo reconocer que el ritmo, a veces, puede resultar pausado, exigiendo paciencia al espectador. No es una película para el entretenimiento ligero, sino para una reflexión profunda.
El elemento más memorable de la película, sin duda, es la escena del "llamado" de María, una secuencia onírica y visualmente impactante que combina elementos de la mitología, la música pop y la espiritualidad. La película se atreve a ser ambigua, dejando al espectador con preguntas sobre la naturaleza de la fe y la posibilidad de una conexión con lo divino. Aunque algunos podrían considerar el final un tanto abrupto, es, quizás, la más acertada, dejando abierta la interpretación y reforzando la idea de que la búsqueda de la verdad es un proceso continuo y personal.
Nota: 7/10