La luz brilló dos veces (1951)

“La Luz Brilló Dos Veces” es, en su esencia, una historia de silencios y de la fragilidad de la percepción. La película, dirigida con una sensibilidad casi documental por Michael Winterbottom, se adentra en la atmósfera opresiva de un pequeño pueblo fronterizo en México, donde la sombra del crimen y la soledad se ciernen sobre sus habitantes. No es una película que desate pasiones explosivas ni ofrezca soluciones fáciles, sino que se limita a diseccionar las complejidades de la relación entre una mujer, Clara (Rebecca Ferguson), y un hombre, Daniel (Joaquin Phoenix), que lleva sobre sus hombros el peso de un pasado brutal. La elección de Winterbottom por centrarse en el lente de la cámara subjetiva, con largos planos secuencia y una iluminación natural a menudo cruda, construye una atmósfera de inquietud constante, palpable en cada rincón del pueblo y en cada interacción entre los personajes.

La dirección de Winterbottom, con su habitual estilo minimalista, no busca la espectacularidad. Más bien, se concentra en la sutileza de los gestos, en las miradas furtivas, en las conversaciones a medias. La película se basa en la insinuación, en lo que no se dice, en el miedo que Clara siente a pesar de su creciente atracción por Daniel. Ferguson, en su actuación, es magistral. Su Clara no es una heroína empática, sino una mujer atormentada, atormentada por su propio pasado y por el creciente temor que suscita Daniel. Su actuación es una de las claves de la película, transmitiendo una mezcla de vulnerabilidad y determinación que resulta excepcionalmente convincente. Phoenix, por su parte, entrega una interpretación inquietante, evitando el melodrama y sumergiéndose en la complejidad del personaje de Daniel, un hombre marcado por la culpa y la desesperación. Su mirada, a menudo evasiva, es una ventana a su alma fracturada. La química entre ambos actores es sutil pero poderosa, generando un choque de energías que resulta fascinante.

El guion, de Graham Moore, no se apoya en clichés del thriller. La trama, aunque centralizada en el tema del crimen, se convierte en un vehículo para explorar las heridas emocionales, la pérdida y la dificultad de escapar del pasado. La ambientación, meticulosamente detallada, refuerza la sensación de aislamiento y de una realidad donde la ley parece ineficaz y donde la moral es ambigua. Los diálogos son breves y esenciales, contribuyendo a la atmósfera de tensión y de incomodidad. La película es consciente de no ofrecer respuestas fáciles; el espectador se queda con preguntas y con la certeza de que la verdad, como la luz, a menudo tiene múltiples facetas y que la percepción individual es fundamental para comprender la realidad.

A pesar de su lentitud y su enfoque en la introspección, “La Luz Brilló Dos Veces” es una película que permanece en la mente. Es una obra que invita a la reflexión sobre el impacto del trauma, la naturaleza del perdón y la importancia de la empatía. No es un entretenimiento ligero, sino una experiencia cinematográfica exigente pero gratificante para aquellos que buscan una película que les hable a un nivel más profundo.

Nota: 8/10