La luz entre los océanos (2016)

“La luz entre los océanos” no es un thriller de suspense convencional, aunque su premisa inicial apunta en esa dirección. Más que una historia de crímenes y persecuciones, es una meditación melancólica sobre la soledad, el aislamiento y la fuerza inquebrantable de la conexión humana. La película, dirigida con una sensibilidad palpable por Benjamin Millepied (con una sorprendente incursión en la dirección), nos sumerge en el australiano rural de 1926, una época marcada por la rusticidad y una inquietante sensación de marginación, y nos presenta a Tom Sherbourne (Bryan Cranston, en una actuación magistral), un hombre atormentado por su pasado, que encuentra inesperadamente un propósito en la vida al adoptar un bebé abandonado.

Bryan Cranston, conocido por su versatilidad, entrega una interpretación excepcionalmente conmovedora. Su Tom es un hombre profundamente marcado por la pérdida y la culpa, pero también posee una vulnerabilidad y una quietud que cautivan. Su actuación no se limita a la expresión facial, sino que se manifiesta en cada gesto, en cada mirada, transmitiendo la carga emocional que lleva consigo. La química entre Cranston y Rachel Weisz, que interpreta a Isabel, es química pura. Weisz, a menudo relegada a papeles secundarios, demuestra aquí una gran capacidad de transformación, interpretando a una mujer decidida y apasionada, pero también frágil y consumida por su propia incertidumbre.

El guion, adaptado de la novela homónima de Delia Owens, es, en general, bien construido, aunque con algunos momentos de ritmo desigual. La historia avanza a un ritmo pausado, permitiendo que la atmósfera opresiva de la isla y el tormento interno de los personajes se hagan sentir con intensidad. Sin embargo, la intriga, si bien presente, no siempre se sostiene con la fuerza que se podría esperar. El desarrollo de la trama central, la búsqueda de la madre del bebé, carece de la tensión que podría haber elevado el nivel de la película. No obstante, las escenas en la naturaleza, especialmente las que muestran la isla y el mar, son visualmente deslumbrantes, y contribuyen a crear una experiencia inmersiva para el espectador. La fotografía de Germain Desforges es, en general, impecable, creando un ambiente de belleza agreste y melancolía.

Millepied, como director, se distingue por su enfoque en la estética y la emoción. Evita los clichés del género y se centra en la construcción de personajes complejos y en la exploración de temas universales como la responsabilidad, el perdón y la búsqueda de identidad. La película, a pesar de sus debilidades, es una obra que permanece en la memoria, invitando a la reflexión sobre la naturaleza humana y la importancia de encontrar la luz en los lugares más oscuros. Es una historia sobre el deseo de crear una familia en un mundo implacable y la constante lucha por proteger aquello que se ama.

Nota: 7/10