“La Madre Muerta”, la nueva película de Juan Antonio Bardem, no es una obra fácil de digerir, pero sí profundamente inquietante y memorable. Bardem, a menudo asociado a la película negra y al thriller psicológico, entrega aquí una pieza que explora la culpa, el trauma y la fragilidad de la memoria con una intensidad que no abandona al espectador. La película se construye con una meticulosa lentitud, un ritmo deliberado que refleja la obsesión de su protagonista y la dificultad inherente a desenterrar los secretos del pasado.
La dirección de Bardem es firme y elegante, priorizando la atmósfera sobre la espectacularidad. Las tomas, largas y con una iluminación precisa, evocan una sensación constante de incomodidad y tensión. La puesta en escena, principalmente en las casas rurales decadentes donde transcurre gran parte de la película, contribuye significativamente a la sensación de aislamiento y desesperación. Bardem consigue crear un espacio visual que se convierte en un personaje más, un reflejo del estado mental de los personajes y de la naturaleza opresiva del trauma. Se nota que ha estudiado a fondo el género, tomando influencias de la nueva ola europea, pero logrando forjar un sello propio con su peculiar sensibilidad.
La actuación de Miguel Frescolá como Ismael es, sin duda, el núcleo de la película. Frescolá ofrece una interpretación magistralmente contenida, transmitiendo la atormentada y obsesiva mente del personaje a través de miradas furtivas, gestos minimistas y un lenguaje corporal que habla más que las palabras. No recurre a histrionismo, sino que construye un retrato sutil y aterrador de un hombre consumido por la culpa. La química entre Frescolá y la joven Sofía Carrasco, que interpreta a Leire, es palpable y fundamental para el desarrollo emocional de la trama. Carrasco, a pesar de su juventud, logra dar vida a la figura infantil traumatizada con una vulnerabilidad conmovedora. Su actuación es delicada y evita caer en el melodrama, mostrando la confusión y el miedo de una niña que ha presenciado un crimen brutal.
El guion, escrito por Bardem mismo, es inteligente y ambiguo. No ofrece respuestas fáciles ni soluciones claras, sino que plantea preguntas difíciles sobre la naturaleza del trauma, la responsabilidad y la memoria. La película evita la voyeurización del horror, centrándose en las consecuencias psicológicas del crimen y en la relación entre el asesino y la víctima. El uso de flashbacks, aunque moderado, es efectivo para desentrañar los detalles del pasado, sin dejar de mantener el misterio y la tensión. El final, deliberadamente abierto, invita a la reflexión y deja al espectador con una sensación de inquietud persistente. La película, en suma, es una exploración compleja y perturbadora de los oscuros rincones de la psique humana. Es un thriller psicológico que requiere paciencia y compromiso, pero que recompensa al espectador con una experiencia cinematográfica inolvidable.
Nota: 8/10