La maldición de las brujas (1990)

“La Maldición de las Brujas” no es solo una película de terror, sino un ejercicio de atmósfera, un estudio sobre la fe, la superstición y la pérdida de la inocencia. Robert Eggers, director que ya demostró su talento con “El Faro”, entrega una obra inquietante y visualmente impactante que se adentra en lo folclórico, lo rural y lo profundamente perturbador. La película se asienta firmemente en el siglo XVII, en un pequeño pueblo de Nueva Inglaterra, y la precisión histórica en cada detalle –desde la vestimenta hasta las herramientas de la época– es asombrosa y contribuye a la sensación de estar viviendo un relato auténtico.

La historia, aunque aparentemente sencilla –una familia rural es asediada por una serie de sucesos inexplicables que desencadenan una histeria colectiva y la búsqueda de brujas–, está tejida con una complejidad psicológica que es donde la película realmente brilla. La trama se desarrolla de manera lenta pero constante, construyendo la tensión no a través de sustos fáciles, sino a través de la sugestión, el miedo a lo desconocido y la gradual erosión de la cordura de los personajes. Eggers, junto con el guion de Mike Leeson, evita las trampas comunes del género, enfocándose en la lente de la experiencia individual y en la manera en que el miedo y la superstición pueden nublar el juicio y destruir comunidades. El diálogo es crudo, directo y a menudo inquietante, reflejando la realidad del lenguaje y las creencias de la época.

El apartado visual es, sin duda, uno de los puntos fuertes de la película. La paleta de colores, dominada por tonos grises, negros y verdes, crea una atmósfera opresiva y claustrofóbica. La iluminación, magistralmente trabajada, juega un papel crucial, utilizando sombras y luces para sugerir y ocultar, amplificando la sensación de peligro inminente. La cinematografía de Andrew Whiteson y Thomas Anderson es absolutamente impecable, aprovechando al máximo el formato de 1.17:1, que le da a la imagen una apariencia analógica, casi como si se tratara de un cuadro que se va desvaneciendo. Los paisajes invernales, fríos y desoladores, contribuyen significativamente a la sensación de aislamiento y desesperación.

Las actuaciones son excepcionales. Anya Taylor-Joy, en el papel de Katherine, ofrece una interpretación sutil y poderosa. Su personaje evoluciona de una joven curiosa y enamorada a una mujer consumida por el miedo y la culpa, con una vulnerabilidad palpable. La compañía de Ralph Ineson como el padre Thomas es igualmente convincente, mostrando una mezcla de fe, moralidad y paranoia que lo convierte en un personaje profundamente inquietante. La dinámica entre los personajes femeninos, especialmente la relación entre Katherine y su hermana Mercy (Lily Collins), es uno de los aspectos más interesantes y desarrollados de la película.

En definitiva, "La Maldición de las Brujas" es una película que exige atención y paciencia. No es un terror convencional, sino una experiencia visceral y perturbadora que se queda en la memoria mucho después de que terminan los créditos. Es una película que te hace cuestionar tu propia fe, tu propia percepción de la realidad y el poder destructivo de la superstición. Es una obra maestra del horror psicológico, un clásico moderno que establece un nuevo estándar para el género.

Nota: 8.5/10