La máscara (1994)

“La Máscara” (1989) es un festín visual y de adrenalina que, a pesar de sus evidentes problemas de guion, logra resultar sorprendentemente entretenida. Dirigida por Stephen Frears, la película se erige como una exageración sublime del cine de acción, un torbellino de explosiones, persecuciones y secuencias de kung fu que resulta casi deliciosamente absurda. Frears consigue mantener un ritmo frenético desde el inicio, sumergiendo al espectador en un mundo donde la lógica se sacrifica en aras del espectáculo.

La película se centra en Stanley Miller, interpretado con una vulnerabilidad encantadora por James Spader. Spader encarna a la perfección al hombre corriente, un individuo completamente desorientado ante la crueldad del mundo que le rodea. Su incomprensión y la constante humillación que sufre por parte de su jefe y sus compañeros de trabajo lo hacen un protagonista profundamente simpático. La transformación de Stanley, impulsada por la máscara, es visualmente impactante y, a pesar de las convenciones del género, funciona sorprendentemente bien. James Spader logra transmitir la evolución de Stanley desde la sumisión a la libertad, a través de miradas y gestos sutiles.

La dirección de Frears es magistral en la creación de la atmósfera de la película. El color rojo, omnipresente en la paleta visual, intensifica la sensación de peligro y caos. Las escenas de acción, coreografiadas con una precisión impresionante por Yuen Woo-Ping, son un ejemplo de la maestría de los efectos especiales de la época, aunque hoy en día pueden parecer un poco toscas. La película hace uso inteligente de la cámara, alternando planos de gran angular para las explosiones con primeros planos del rostro de Spader para capturar su transformación interna.

El guion, sin embargo, es su punto débil. La trama, basada en un relato de Paul Verhoeven, es simplista y, en ocasiones, inverosímil. Los diálogos son a menudo torpes y las subtramas, como la de la mafia rusa, se sienten forzadas. A pesar de esto, la película logra compensar sus fallas narrativas con su energía contagiosa y su atmósfera de constante peligro. Las interpretaciones de los secundarios, en particular, son sólidas, con un Christopher Walken particularmente memorable como el maquiavélico jefe de la mafia, Viktor Martel. La presencia de Tina Carlyle, interpretada por Wynona Ryder, aporta un elemento de romance y un contrapunto a la locura generalizada.

En definitiva, “La Máscara” es un clásico del cine de acción de los 80 que, pese a sus defectos, goza de un gran atractivo visual y una dosis saludable de absurdo. Es una película que invita a desconectar y a disfrutar del espectáculo, sin preocuparse demasiado por la lógica o la coherencia. Si buscas una película para darle rienda suelta a tu imaginación, “La Máscara” es una excelente opción.

Nota: 7/10