“La misma luna” no es una película grandilocuente, ni una propaganda ensarcecadora. Es, en cambio, una pequeña joya cinematográfica que se aferra a la verdad y a la emoción sin buscar efectos especiales ni artificios. La dirección de Ernesto Godinez es notablemente sutil, creando una atmósfera de palpable tensión y melancolía que se va construyendo lentamente a lo largo de la narrativa. No hay dramatizaciones exageradas ni momentos grandiosos; la fuerza del filme reside en la verosimilitud de los personajes y en la representación cruda de las circunstancias que enfrentan. Godinez logra transmitir con maestría el dolor de una madre separada de su hijo, la incertidumbre que acecha en la frontera y la desesperación de los inmigrantes en busca de una vida mejor.
El núcleo de la película reside en la interpretación de Kate del Castillo, quien ofrece una actuación extraordinariamente honesta y conmovedora como Rosario. Su personaje es complejo y desgarrador, una mujer que ha sacrificado todo por su hijo, pero que se ve consumida por la culpa y la incertidumbre. La del Castillo transmite con una naturalidad impresionante el peso de la responsabilidad, el miedo y la impotencia. Pero la película se construye en gran medida alrededor de la actuación de Adrián Alonso como Carlitos. Su inocencia y vulnerabilidad son el corazón de la historia, y Alonso logra transmitir con maestría la confusión y el miedo de un niño que no entiende por qué su madre está lejos y que se siente abandonado. La química entre ambos actores es fundamental para el impacto emocional de la película.
El guion, adaptado de un conmovedor relato de Laura Restrepo, es el elemento más fuerte de la película. No se basa en clichés ni en simplificaciones. Explora la realidad de la migración irregular de manera auténtica, mostrando las consecuencias humanas de las decisiones tomadas por desesperación. Evita el sentimentalismo fácil y se centra en los detalles cotidianos, como las llamadas telefónicas semanales, la enfermedad de la abuela, las tensiones familiares y el miedo a la noche. La película se beneficia enormemente de la fotografía de Rodrigo Savero, que con una paleta de colores apagados y tonos cálidos, evoca la atmósfera de México y el contraste con la dureza del viaje. El sonido, cuidadosamente diseñado, amplifica la sensación de aislamiento y vulnerabilidad que experimentan los personajes. La película no pretende dar respuestas fáciles, sino plantear preguntas sobre la dignidad humana, la familia y las consecuencias de la pobreza. Es una reflexión sobre la supervivencia, la esperanza y el amor, a pesar de las adversidades.
En definitiva, “La misma luna” es un filme que permanece en la memoria mucho después de que los créditos finales hayan rodado. No es un espectáculo grandioso, pero sí una experiencia profunda y conmovedora que merece ser vista. Una mirada honesta y valiente a un problema global complejo, abordado con sensibilidad y respeto. Es un testimonio de la capacidad del cine para generar empatía y promover la reflexión.
Nota: 8.5/10