La mosca II (1989)

“La Mosca II” no es solo una secuela, es una reflexión sobre la ambición desmedida y las consecuencias de desafiar los límites de la ciencia. Brian De Palma, siempre un maestro del suspense visual, regresa con una película que, a pesar de algunos tropiezos, ofrece una experiencia cinematográfica inquietante y memorable. La película se aleja considerablemente del espíritu de la original de 1986, pero lo hace con una meticulosidad que, en definitiva, eleva la propuesta.

El guion, obra de Paul Verhoeven y Carl Pérez, se centra en la historia de Dani Brundle (Edward Norton), el hijo del científico Seth Brundle y su compañera, Justine (Geena Davis). Dani, como resultado de los experimentos de su padre, se encuentra afectado por una mutación genética que le otorga una aceleración temporal, lo que provoca un crecimiento exponencial y la aparición de insectos metálicos que emergen de su cuerpo. A pesar de una premisa atractiva, el guion a veces tropieza con la lógica interna. La motivación de algunos personajes y las decisiones tomadas, en momentos puntuales, carecen de profundidad, sintiéndose más como artilugios para aumentar la tensión que como elementos intrínsecos a la narrativa. Sin embargo, la construcción del suspense, impulsada por la atmósfera opresiva y la banda sonora de Giorgio Moroder, es impecable. De Palma, como siempre, domina el arte de la cámara lenta y los ángulos de visión que generan una sensación constante de inminente peligro.

Edward Norton ofrece una actuación excepcionalmente sutil. Su Dani es un personaje atormentado por su condición, un niño asustado y vulnerable que lucha por comprender lo que le está pasando. La fragilidad emocional de Norton contrasta de forma efectiva con la amenaza física que representa su propio cuerpo. Geena Davis, por su parte, logra transmitir la desesperación y la angustia de Justine, quien se debate entre el amor paternal y la necesidad de proteger a su hijo. La interpretación de la joven actriz Luna Gray como la pequeña Miriam, la hija de Justine y Dani, es sorprendente y contribuye a la atmósfera de inquietud. La película, en general, depende mucho de la presencia física de los efectos especiales, que, aunque bien ejecutados, a veces se perciben como artificiales, desentonando con la apuesta por un realismo visceral.

La dirección de Brian De Palma es, como siempre, exuberante y provocadora. La película está llena de secuencias visualmente impactantes, desde la escena del nacimiento hasta la secuencia de la "conferencia" en la sala de conciertos. De Palma utiliza la cámara de forma magistral, creando imágenes que son a la vez perturbadoras y fascinantes. La estética general de la película, con sus colores intensos, sus movimientos de cámara precisos y su atmósfera de paranoia, recuerda al trabajo de Stanley Kubrick, lo que le confiere un valor añadido. “La Mosca II” no es una película para todos los gustos. Su ritmo pausado, su tono sombrío y su exploración de temas oscuros y complejos pueden resultar intimidantes para algunos espectadores. Pero para aquellos que disfrutan de las películas que desafían las convenciones y que exploran los límites de la ciencia ficción, “La Mosca II” es una experiencia cinematográfica que merece ser vista.

Nota: 7/10