La pequeña (1978)

“La Pequeña” (The Little Things) es un ejercicio de atmósfera y de la lenta erosión de la inocencia, una película que se instala en la piel del espectador y se aferra a él con la persistencia de una bruma sobre el Mississippi. Quentin Tarantino, lejos de sus habituales explosiones de violencia, opta por un relato en clave oscura y claustrofóbica, donde la tensión no proviene de la acción sino de la mirada inquietante y el silencio denso. La película no ofrece respuestas fáciles, sino que plantea preguntas sobre la moralidad, la justicia y las consecuencias de nuestros actos, especialmente cuando se trata de niños.

La dirección de Roger Avary es magistral. Evita la narración directa, permitiendo que la historia se revele a través de la observación y la composición visual. Las escenas en el burdel son particularmente impactantes, con una iluminación sombría y una fotografía que transmite la miseria y la desesperación de las mujeres que allí trabajan. La coreografía de las conversaciones y los gestos entre los personajes es precisa, generando un clima de anticipación y desconfianza constante. La elección de locales, con la ciudad de Nueva Orleans como escenario principal, no es casual; la humedad, el calor y la arquitectura decadente de la ciudad reflejan la decadencia moral y espiritual del ambiente.

Las actuaciones son excepcionales. Jodie Foster, en el papel de la señora de Bellocq, ofrece una interpretación sobrecogedora, logrando transmitir la frialdad y la determinación de una mujer que no titubea en su búsqueda de un buen negocio. Denzel Washington, como el detective Emmett Bellocq, domina la pantalla con su presencia imponente y su mirada penetrante. No se trata de un detective heroico, sino de un hombre atormentado por su pasado, un personaje complejo y moralmente ambiguo. Pero es Saoirse Ronan como Violet quien roba la película. Su actuación es desarmante y conmovedora. Ronan logra capturar la vulnerabilidad y la confusión de una niña que se ve arrastrada por un mundo adulto que no comprende, y su evolución a lo largo de la historia es el núcleo emocional de la película. La sutileza con la que interpreta la pérdida de la inocencia es perturbadora y muy bien logrado.

El guion, coescrito por Tarantino y Avary, es uno de los puntos fuertes de la película. No se basa en el diálogo explosivo que caracteriza a menudo el trabajo de Tarantino, sino en la sugestión y la atmósfera. Las conversaciones son deliberadamente largas y pausadas, cargadas de significados ocultos. La ambigüedad de la trama obliga al espectador a participar activamente en la construcción de la historia, a interpretar las acciones de los personajes y a formular sus propias conclusiones. La película no ofrece explicaciones fáciles y permite que el espectador se cuestione la justicia y la moralidad. En cierto sentido, es un espejo que refleja nuestros propios prejuicios y preconcepciones. La película es una historia sobre el pasado que persigue al presente, sobre el trauma y la redención, y sobre la dificultad de escapar de nuestros errores.

Nota:** 8/10