La perfecta desconocida (2016)

“La Perfecta Desconocida” (The Perfect Unknown) no es una explosión de drama ni una película que te deje con preguntas existenciales. Es, paradójicamente, una joya sutil y perturbadora, una de esas películas que se quedan contigo mucho después de que los créditos finales hayan terminado de rodar. Dirigida por Ira Sachs, la película se centra en la meticulosa observación de Tom (Jake Gyllenhaal), un director de fotografía con un trabajo estable pero una vida emocionalmente vacía, y su relación, o mejor dicho, su creciente obsesión con Alice (Victoria Pece). La película no busca grandes espectáculos visuales, sino que se deleita en la arquitectura de la mirada, en las pequeñas transacciones de lenguaje y en el torbellino de emociones que se esconde tras una sonrisa.

Gyllenhaal entrega una actuación magistralmente contenida. Su Tom no es un hombre de gestos ostentosos; es una persona que se protege del mundo con un cinismo calculador, pero que, en el fondo, anhela una conexión que ya ha perdido. Pece, por su parte, es una revelación. No se trata solo de su belleza, que es innegable, sino de la manera en que transmite una mezcla compleja de seguridad, vulnerabilidad e incluso cierta frialdad. La química entre los dos actores es palpable, incluso en las escenas donde la tensión se manifiesta más como un silencio incómodo que como una atracción física explícita. Sachs logra plasmar la dinámica entre ambos con una precisión que va más allá de lo meramente visual, capturando la fuerza implícita de un intercambio de miradas, un breve toque de mano, el peso de las palabras no dichas.

El guion, escrito por Sachs y Anna Kholodenko, es la verdadera columna vertebral de la película. No hay un desarrollo narrativo lineal, sino una serie de momentos breves y fragmentados que se unen para construir una atmósfera de inquietud constante. La película no revela la razón por la que Tom está tan obsesionado con Alice; se limita a mostrarnos el proceso de su obsesión, sus intentos de encontrar un punto de conexión, sus preguntas sin respuesta. Este enfoque, aunque a veces puede parecer deliberadamente confuso, es precisamente lo que le otorga a la película su valor. El espectador se convierte en parte del misterio, en un observador que, como Tom, intenta descifrar la verdad detrás de las palabras de Alice y de la creciente sensación de malestar que permea la habitación. Sachs nos invita a la reflexión sobre la naturaleza de la memoria, el impacto del pasado en el presente y la dificultad de establecer relaciones auténticas en un mundo cada vez más superficial.

La dirección de Sachs es impecable, utilizando la fotografía de Tom para crear un sentido de claustrofobia y de constante vigilancia. El apartamento de Tom, un espacio elegante pero impersonal, se convierte en un escenario de tensión, donde cada detalle, cada objeto, parece cargar de significado. La película no se basa en efectos especiales o en una trama convencional, sino en la fuerza de la observación y en la capacidad de transmitir emociones complejas a través de la sutileza y del detalle. Es una película que te obliga a prestar atención, a interpretar, a sentir. Y, en ese sentido, “La Perfecta Desconocida” es una experiencia cinematográfica profundamente satisfactoria y, a la vez, inquietante.

Nota: 8/10