“La Piscina” (1969), dirigida por Sir Alfred Hitchcock, no es simplemente un thriller de terror, sino una disección psicológica inquietante y una obra maestra del suspense que aún hoy, casi seis décadas después de su estreno, conserva su atmósfera opresiva y su capacidad para generar una tensión palpable. Hitchcock, un maestro en el arte de jugar con la mente del espectador, construye una película donde el verdadero monstruo reside no en la oscuridad, sino en los deseos ocultos y las obsesiones de sus personajes. La película se basa en un concepto simple pero efectivo: la búsqueda de una recuperación física a través de la práctica deportiva, que se convierte en una espiral descendente de paranoia y terror.
La dirección de Hitchcock es impecable. Con un control absoluto de la composición y el ritmo, crea un ambiente de creciente incomodidad. La piscina, omnipresente en cada plano, se convierte en un símbolo de la obsesión de Ray Waller (Joan Collins) y, a la vez, de la amenaza inminente. La fotografía de Robert Prickett es oscura y onírica, jugando con las luces y sombras para intensificar el impacto visual del horror. El uso del color, predominantemente verde, refuerza la idea de la piscina como un lugar de peligro, de engaño y de muerte. Hitchcock manipula la cámara, empleando ángulos bajos para degradar a Ray, y planos cerrados para enfatizar su creciente aislamiento.
Joan Collins ofrece una actuación absolutamente magistral como Ray Waller. Su interpretación es fascinante y perturbadora, logrando transmitir la desesperación, la ambición y la locura de una mujer que está al borde del colapso. Su desesperada necesidad de recuperar su antigua vida deportiva es lo que la impulsa hacia la locura. La química entre Collins y Peter Cook (que interpreta a Ted Jenks, el hombre que descubre el horror) es también notable, alimentando la tensión dramática. Peter Cook, aunque a menudo subestimado, proporciona un contrapunto cómico y surrealista que enriquece la narrativa.
El guion, coescrito por James Barnet y Hitchcock, es sutil y lleno de matices. La construcción de la trama es lenta y deliberada, permitiendo que la paranoia y el suspenso se acumulen gradualmente. La revelación del oscuro secreto de la casa, conectado con un incidente del pasado, es magistralmente ejecutada, culminando en una secuencia final que es a la vez perturbadora y memorable. La película explora temas universales como la obsesión, la pérdida, la culpa y la fragilidad de la razón. No es solo un cuento de terror, sino una reflexión sobre la naturaleza humana y las consecuencias de nuestras acciones.
“La Piscina” no es una película que te haga gritar. Lo que te hace sentir es un escalofrío gélido que te acompaña mucho después de que los créditos finales hayan comenzado a rodar. Es una obra maestra del suspense psicológico, un festín para los amantes del cine de Hitchcock y una película que merece ser vista y revisitada.
Nota: 8.5/10