La princesa encantada (2018)

“La Princesa Encantada” (1972), la joya del cineasta soviético Andrei Arkadírovich Tarkovski, no es una película para espectadores que buscan entretenimiento ligero y rápido. Es, en cambio, una experiencia cinematográfica compleja, meditativa y a menudo desconcertante, que explora temas universales como el amor, la pérdida, el poder y la búsqueda de la identidad. Tarkovski no se limita a contar una historia; él construye un universo visual y emocional que invita a la reflexión, y es precisamente esta profundidad la que la convierte en una película tan perdurable.

La trama, basada en el cuento de hadas “La Princesa Dormilona” de Aleksandr Pushkin, se presenta de una forma casi abstracta. El ritmo pausado, las largas tomas y la ausencia de diálogos explícitos pueden desconcertar al espectador moderno acostumbrado a narraciones más lineales. Sin embargo, esta lentitud no es un defecto, sino una elección estética deliberada que permite al público sumergirse en el mundo onírico y melancólico de la película. La dirección de Tarkovski es magistral; cada plano está cuidadosamente compuesto, cada detalle, desde la iluminación hasta los paisajes, contribuye a la atmósfera de ensueño y misterio. La paleta de colores es rica y opulenta, aunque predomina una tonalidad apagada y sombría, lo que acentúa la sensación de desolación y pérdida.

Las actuaciones son sutiles pero poderosas. Anatoli Sosnovsky, como Ruslan, transmite con su mirada un sentimiento de anhelo, de frustración y de determinación. Su personaje, un artista talentoso pero atormentado, es un hombre común, un simple mortal, y su amor por Mila es genuino y desesperado. Aunque la película no ofrece muchos momentos de diálogo, la conexión entre Sosnovsky y Lidiya Galkina, quien interpreta a Mila, es palpable. Galkina, a pesar de la limitada cantidad de escenas que comparte con Sosnovsky, logra transmitir la inocencia, la belleza y la vulnerabilidad de la princesa robada.

El guion, escrito por Tarkovski en colaboración con otros, no es una simple adaptación del cuento. El director introduce elementos propios, como la exploración del mundo interior de los personajes y la crítica sutil a la sociedad opresiva y a la búsqueda del poder a cualquier precio. La magia no se presenta como una fuerza heroica, sino como un instrumento de control y manipulación. El personaje de Chernomor, el hechicero, es un reflejo de la corrupción y la ambición desmedida. La película, en definitiva, es una alegoría sobre la naturaleza del amor verdadero y la necesidad de preservar la esencia de uno mismo frente a la amenaza de la superficialidad y el poder.

Más allá de su valor estético y cinematográfico, “La Princesa Encantada” plantea preguntas importantes sobre el valor del arte, la búsqueda de la identidad y la relación entre el amor y el poder. No es una película fácil de digerir, pero es una experiencia que permanece en la mente mucho después de que los créditos finales han terminado de rodar. Es una obra maestra que merece ser vista y revisitada.

Nota: 8.5/10