La sal de este mar (2008)

“La sal de este mar” es una película que se instala en la mente con la misma lentitud y persistencia de las salinas que dan título a la historia. No es una obra que impresione por grandilocuencia o efectos especiales, sino que se construye con una meticulosa disección de las vidas de Soraya y Emad, dos personajes que, a pesar de provenir de orígenes aparentemente similares – ambos palestinos, ambos marcados por el exilio y la búsqueda de un futuro – representan perspectivas radicalmente opuestas. La película, dirigida por Amar Shimon, no se limita a narrar una historia de amor, aunque ese elemento sí está presente, sino que se convierte en una exploración profunda de la identidad, la memoria y las consecuencias de la ocupación.

La dirección de Shimon se caracteriza por un naturalismo que da verosimilitud a las escenas, evitando melodramas baratos. Se centra en los detalles cotidianos, los silencios, las miradas que hablan más que las palabras. La fotografía de Yadin Horesh es excepcionalmente evocadora, empleando una paleta de colores terrosas que reflejan el paisaje árido de la Palestina ocupada y, a la vez, la melancolía inherente a la historia. Las largas tomas, a menudo sin música, permiten al espectador absorber la atmósfera y conectarse con la sensación de espera, de frustración y de esperanza desvanecida que permea la película.

Las actuaciones son, sin duda, uno de los puntos fuertes de la película. Maisa Abu Mezbouh como Soraya transmite una vulnerabilidad y una determinación que hacen que la audiencia se identifique con su deseo de reconectar con sus raíces. Su personaje, que intenta encontrar un legado familiar perdido, se muestra al principio un tanto obstinada y desconectada de la realidad que la rodea. Ahmad Al Masri, por su parte, ofrece una interpretación convincente de Emad, un joven atrapado entre la necesidad de escapar y la lealtad a su tierra. La tensión entre sus dos aspiraciones – el cambio y la permanencia – se refleja en su mirada, en su lenguaje corporal, en su silencioso desprecio por las circunstancias que lo definen. La química entre los dos actores es palpable, no romántica, sino basada en una comprensión tácita de la experiencia compartida.

El guion, adaptado de la novela homónima de Muayad Alayan, es complejo y, a veces, deliberadamente ambiguo. No ofrece respuestas fáciles ni simplificaciones. Explora la dificultad de redefinir la identidad en un contexto de conflicto constante. La película no se limita a mostrar la brutalidad de la ocupación, aunque ésta está presente, sino que se centra en las consecuencias psicológicas y emocionales que tiene en los individuos. La película nos obliga a cuestionar la naturaleza de la memoria, de la responsabilidad y de la posibilidad de un futuro mejor. La historia no es solo la de dos personajes, sino la de toda una comunidad marginada y oprimida. Es una película que invita a la reflexión, a la empatía y, sobre todo, a la comprensión.

Nota: 8/10