La semilla de la higuera sagrada (2024)

“La semilla de la higuera sagrada” no es una película que se olvida fácilmente. Más allá de un mero thriller político, se erige como una profunda exploración de la desintegración familiar y la erosión de la confianza en un contexto de creciente opresión. Dirigida por Asghar Farhadi, la película nos sitúa en Teherán, en un momento de gran turbulencia política, donde el juez Iman, interpretado con una maestría glacial por Bobby Di Monte, se ve catapultado a un torbellino de sospechas y acusaaciones. La desaparición de su arma no es solo un incidente, sino la chispa que enciende una avalancha de desconfianza hacia su esposa y sus hijas, desatando un drama familiar devastador.

Farhadi, como siempre, despliega un guion magistralmente construido, que se nutre de la sutil tensión y la observación psicológica. No recurre a explosiones ni a simplificaciones, sino que construye el conflicto lentamente, dejando que la desconfianza se filtre como la humedad en una pared. El guion se apoya en diálogos inteligentes y conversaciones aparentemente inocuas que revelan gradualmente las fracturas y los secretos que acechan bajo la superficie. La película se beneficia enormemente de la construcción deliberada de la incertidumbre. El espectador, al igual que los personajes, se siente constantemente en un estado de suspicacia, sin saber quién puede ser el culpable o si la verdad está realmente donde parece.

Las actuaciones son excepcionales. Di Monte ofrece una interpretación increíblemente contenida, transmitiendo la angustia y la paranoia de Iman a través de microexpresiones y miradas. Su personaje es un hombre atrapado entre la ley y su propia moral, y la película explora con precisión las contradicciones internas que lo atormentan. El resto del elenco, que incluye a Firuzeh Shirinian como la esposa de Iman, y Nasim Anzari como su hija menor, contribuyen a la atmósfera claustrofóbica y opresiva. La dinámica familiar es el núcleo emocional de la película, y las actuaciones reflejan con fidelidad la complejidad y el dolor de las relaciones rotas.

En términos de dirección, Farhadi consigue un equilibrio perfecto entre la trama policial y el drama humano. La cinematografía, con su uso del color y la luz, contribuye a crear una atmósfera visualmente rica, aunque sombría. La película no se centra en la acción, sino en los detalles, en los momentos de silencio, en las miradas que dicen más que las palabras. La puesta en escena es impecable, logrando que Teherán parezca un personaje más de la historia. Si bien el ritmo puede ser pausado para algunos espectadores, es precisamente esta lentitud lo que permite desarrollar la tensión y la complejidad de la trama.

Nota: 8.5/10