La taberna del irlandés (1963)

“La Taberna del Irlandés” es una película que, a pesar de su premisa sencilla, logra generar una atmósfera particular, una sensación de desasosiego y melancolía que se aferra a la piel del espectador. La historia, que gira en torno a dos amigos jubilados en una isla del Pacífico, no es una explosión de acción o drama, sino un estudio sordo y realista de la soledad, la amistad y el peso del pasado. La película no pretende ofrecer respuestas fáciles, sino simplemente observar cómo dos hombres intentan llenar el vacío de sus vidas después de la guerra.

Dirigida por el veterano filmmaker Terence Davies, la película se caracteriza por un estilo visual exquisito, un enfoque en los detalles, una iluminación cuidadosamente gestionada que evoca la nostalgia y una gran atención a los espacios interiores. Davies, conocido por su cine introspectivo y a menudo personal, demuestra nuevamente su maestría en la creación de ambientes y en la captura de la psicología de sus personajes. La fotografía de Claire McCarthy es particularmente notable, transformando la isla en un lugar de belleza agreste y de un aire de permanencia, casi opresivo, que contrasta con la añoranza que sus personajes sienten por sus vidas anteriores.

Las actuaciones son palpables y profundamente emotivas. Max Wall, como el irlandés taciturno, y Michael Smiley, como el bartender de buen corazón, son dos pilares fundamentales. Su química, basada en la desconfianza y la camaradería, es el corazón de la película. La paciencia de Smiley, su constante observación, y la amargura contenida de Wall, se complementan de manera magistral. A diferencia de muchos actores que se esfuerzan por dar una actuación “correcta”, ambos interpretan con una naturalidad que se siente auténtica y convincente. El contraste entre los dos, un irlandés curtido y un personaje de origen estadounidense, añade una capa de complejidad a la dinámica entre ellos.

El guion, escrito por Davies, se construye con una lentitud deliberada, permitiendo que los personajes se revelen gradualmente. La película no se apresura a explicar las razones de su retiro o sus traumas del pasado; la sugerencia es suficiente. Se centra en las pequeñas conversaciones, los gestos, las miradas. El diálogo, a menudo fragmentado y lleno de pausas incómodas, refleja la dificultad que tienen los personajes para comunicarse. La trama, aunque aparentemente simple, se convierte en un microcosmos de la experiencia humana, donde la búsqueda de la felicidad y el sentido de la vida se ven inevitablemente empañados por el dolor y el arrepentimiento. Es una película que no busca entretener, sino que invita a la reflexión sobre la fragilidad de la existencia y el poder de la amistad.

En definitiva, “La Taberna del Irlandés” es una joya del cine independiente. No es una película fácil de ver, pero ofrece una experiencia cinematográfica única y gratificante. Es una meditación silenciosa sobre la vida, la amistad y el legado del pasado. Un testamento visual y emocional del talento de Terence Davies.

Nota: 8/10