La tienda de los horrores (1986)

“La tienda de los horrores” (1981) no es una película que busca complacer. No busca ser tierna, no busca ser fácil de ver, ni tampoco pretende ser una experiencia cinematográfica que se queda grabada en la memoria por su belleza. Es, en su lugar, una perturbadora y visceral exploración del deseo, la obsesión y el horror que se esconde tras la fachada de lo cotidiano. Brian De Palma, maestro del suspense y el virtuosismo visual, nos entrega una obra maestra de lo grotesco, con una atmósfera que se construye lentamente, como un depredador acechando a su presa.

El guion, escrito por Stephen King y Richard Bates, es excepcionalmente ingenioso y, a veces, inquietantemente provocador. La trama, aunque sencilla en su premisa, se desarrolla con un ritmo pausado que permite al espectador sentir el gradiente de incomodidad. La idea de una planta que crece y adquiere conciencia, alimentándose de la desesperación y el deseo humano, es brillante y se presta para una visualización de horror corporal especialmente impactante. La película no recurre a efectos especiales ostentosos, sino que se basa en el suspense psicológico, la sugestión y la construcción de una tensión palpable. El diálogo es certero y, a menudo, brutalmente honesto, revelando la fragilidad de las emociones y la torpeza de las relaciones humanas.

El reparto es absolutamente impecable. John heard, en el papel de Seymour, ofrece una actuación sutil pero contundente, capturando a la perfección la desesperación y la creciente locura de su personaje. El contraste con la belleza frívola y superficial de Audrie (Amy Steel) resulta brutal y doloroso. La relación entre ambos es la columna vertebral de la película, y se percibe la genuina angustia de Seymour al ver su amor no correspondido. La presencia de Ted Starring, como el dentista, es particularmente inquietante. Su comportamiento, a menudo banal y aparentemente inofensivo, contrasta con la oscuridad que se esconde tras su sonrisa, generando un efecto perturbador. La dirección de arte es fundamental para el éxito de la película. El diseño de producción es meticuloso, creando un ambiente opresivo y claustrofóbico, con iluminación oscura y espacios reducidos que intensifican la sensación de amenaza. De Palma utiliza con maestría la cámara, empleando movimientos sorprendentes y ángulos inusuales para desorientar al espectador y aumentar el efecto de suspense. La película, además, cuenta con la fotografía de Christopher Manos, que, con su paleta de colores apagados y la utilización de la luz para crear sombras amenazantes, contribuye a la atmósfera opresiva de la historia.

En definitiva, "La tienda de los horrores" es una película que se queda contigo mucho después de que los créditos finales hayan rodado. No es una película para todos los públicos, pero para aquellos que aprecien el cine de terror inteligente y visceral, es una experiencia inolvidable. Es una de esas películas que, a pesar de su violencia y su oscuridad, te obligan a reflexionar sobre la naturaleza humana y la fragilidad de nuestras esperanzas.

Nota:** 8/10