“La Tierra de los Muertos Vivos” (2022) de Marco Pérez, no es simplemente otra película de zombies; es una meditación inquietante sobre la alienación, la supervivencia y la búsqueda de un hogar, envuelta en una estética visual impactante y una atmósfera de opresión palpable. El filme, que se sitúa en un futuro post-apocalíptico donde la humanidad ha construído un muro para protegerse de la creciente horda de muertos vivientes, presenta una sociedad dividida entre los habitantes de la ciudad, que viven en un estado de relativa prosperidad, y los "desplazados" - los muertos vivientes - que intentan establecerse en una tierra árida a las afueras. La premisa, aunque no del todo original, se desarrolla con una maestría que sorprende, y lo que realmente distingue a la película es su enfoque en las complejidades emocionales y sociales de sus personajes.
La dirección de Pérez es impecable. La paleta de colores, dominada por tonos terrosos y desolados, refleja la desesperación y la aridez del entorno. El uso de la cámara es deliberado y a menudo lento, creando una sensación de claustrofobia y de que el tiempo se detiene. Hay una habilidad notable para capturar la soledad y el aislamiento, tanto de los personajes que viven en la ciudad como de los desplazados. Se observa un control absoluto de los planos largos, permitiendo que el espectador se sumerja completamente en la escena y aprenda a sentir la tensión que se acumula, y un empleo de encuadres que acentúan el aislamiento y la amenaza inminente. La película no se apoya en jump scares baratos; la amenaza reside en la persistencia de la invasión y en la pérdida gradual de esperanza.
Las actuaciones son excepcionales. El actor principal, Diego Calva, interpreta a un joven que se convierte en un puente entre ambas comunidades, y entrega una interpretación convincente y llena de matices. No se limita a ser un héroe arquetípico; sus dudas, sus miedos y sus conflictos internos lo hacen un personaje cercano y con el que es fácil empatizar. El reparto de apoyo, que incluye a Rossy de Palma, ofrece interpretaciones sólidas que contribuyen a la riqueza de la narrativa. De Palma, en particular, aporta una intensidad y una vulnerabilidad que recuerdan a sus mejores papeles, mostrando un personaje que lucha por aferrarse a la humanidad en medio de la barbarie. El desarrollo de la trama se basa en la complejidad de las relaciones entre los personajes y la lenta erosión de las capas de prejuicio que separan a las dos facciones.
El guion, escrito por Pérez y Rodolfo de Ceperón, es lo que verdaderamente eleva a la película por encima de la simple categoría de “zombie movie”. No se limita a presentar un conflicto entre vivos y muertos; explora temas profundos como la responsabilidad, la identidad, la naturaleza de la humanidad y el valor de la memoria. La película plantea preguntas difíciles sobre qué significa ser humano y si la supervivencia justifica la pérdida de la moralidad. La construcción del mundo, aunque despojada de detalles excesivos, es suficiente para crear una sensación de plausibilidad y para que el espectador se sienta transportado a este futuro distópico. El ritmo, aunque pausado, es deliberado y permite que los personajes se desarrollen y que la tensión se acumule hasta el clímax inevitable. El final, abierto a la interpretación, deja al espectador reflexionando sobre las decisiones tomadas y las consecuencias de las acciones.
Nota:** 8/10