“La Tragedia de Macbeth” de Joel Coen es, sin duda, una experiencia cinematográfica que obliga a la reflexión y que, a pesar de su peculiaridad estética, se ancla en la inquietante potencia de Shakespeare. Coen, conocido por su estilo singular y su capacidad para reimplantar clásicos, no ofrece una adaptación convencional; en su lugar, nos entrega una versión visualmente audaz y perturbadora, donde la oscuridad no es solo un recurso estilístico, sino un reflejo de la psique corrompida de sus personajes.
Las actuaciones son, sencillamente, impecables. Michael Fassbender, como Macbeth, ofrece una interpretación magistralmente contenida, pero con destellos de una creciente locura. No recurre a la grandilocuencia teatral, sino que se adentra en la angustia y el dilema moral del personaje, mostrando un proceso interno devastador. Frances McDormand, por su parte, como Lady Macbeth, es una fuerza de la naturaleza, una mujer fría, calculadora y obsesionada con el poder. Su interpretación es, a mi parecer, la más sutil y brillante de la película, logrando transmitir la ambición desmesurada a través de miradas y gestos mínimos. El resto del reparto, Rory McCann como Macduff, y especialmente David Thewlis como el Rey Duncan, cumplen con creces sus roles, añadiendo profundidad a la trama.
El guion, adaptado de la obra de Shakespeare, se mantiene fiel al espíritu original, aunque con algunas modificaciones que se integran a la perfección en la nueva versión. Coen introduce elementos que amplían la temática de la ambición, la culpa y la pérdida de la inocencia. La película, aunque densa en simbolismo y con una atmósfera opresiva, no se pierde en la complejidad del texto. La dirección artística es, sin duda, uno de sus mayores aciertos. Los escenarios, sombríos y desolados, evocan la naturaleza salvaje de Escocia y la decadencia moral del reino. El uso de la luz y la sombra, junto con la fotografía en blanco y negro, contribuyen a crear una atmósfera inquietante y claustrofóbica que atrapa al espectador. La banda sonora, minimalista pero efectiva, complementa la tensión narrativa de manera magistral. El uso de la música, generalmente disonante, se convierte en un reflejo de la tormenta interior de los personajes.
Lo que distingue a esta “Tragedia de Macbeth” es la ausencia de la grandilocuencia a menudo asociada a las adaptaciones de Shakespeare. Coen se enfoca en el proceso psicológico de los personajes, explorando las motivaciones que los impulsan a cometer sus crímenes. La película no juzga a Macbeth, sino que lo presenta como una víctima de sus propias ambiciones y de la manipulación de su esposa. Es una versión de la historia que invita a la reflexión sobre la naturaleza humana, el poder y las consecuencias de nuestras acciones. No es una película fácil de ver, pero es una experiencia cinematográfica que perdura mucho después de que los créditos finales hayan terminado de rodar.
Nota: 8.5/10
