“La última nota” no es una película que te impresiona con efectos especiales o grandilocuentes espectáculos visuales. Es, sin embargo, una pequeña joya cinematográfica que se instala en el corazón del espectador con una sutileza inquietante y una profundidad emocional que te ronda mucho después de que los créditos finales se han desvanecido. La película, dirigida por Claire Denis, es un ejercicio de observación y paciencia, y si bien su ritmo pausado podría resultar tedioso para algunos, para los que se dejan llevar, ofrece una experiencia rica y conmovedora.
La historia, ambientada en la Francia rural de los años 70, se centra en Melanie (Margot Robbie), una joven de espíritu libre que, tras una experiencia traumática en su infancia, abandona el piano a los diez años, dejándola con un dolor persistente y una sensación de pérdida. Diez años después, la situación la lleva a convertirse en la nana de la Sra. Fouchecourt (Valorie Lange), una mujer enigmática y austera, directora del Conservatorio de Música, quien, intrigada por la sensibilidad de Melanie hacia la música, la contrata para realizar tareas sencillas, como leerle las partituras. El guion, escrito por Dennis Ginsberg y Quentin Dupieux, no busca explicaciones fáciles. En lugar de narrar una historia lineal, se centra en la atmósfera, la tensión emocional subyacente y la lenta erosión de los personajes. El diálogo es minimalista, a menudo se limita a breves interacciones que son más sugestivas que explícitas, permitiendo que la acción y la expresión corporal dicten la narrativa.
Margot Robbie ofrece una actuación cautivadora, transmitiendo la fragilidad y la intensidad de Melanie con una mirada que dice más que mil palabras. Su Melanie es un personaje complejo, marcado por un pasado doloroso pero también con una fuerza interior innegable. Valorie Lange, como la Sra. Fouchecourt, interpreta un papel igualmente notable. No es una villana convencional, sino un personaje ambiguo, frío y distante, pero que, de alguna manera, revela un cierto grado de vulnerabilidad. El resto del reparto es sólido, pero las interpretaciones de Robbie y Lange son las que realmente destacan. La película, sin embargo, no se queda en la mera actuación. Denis construye una atmósfera densa, donde los sonidos, la luz y el color juegan un papel fundamental. La fotografía de Claire Denis es exquisita, empleando una paleta de colores apagados que refleja el estado emocional de los personajes y la melancolía del entorno rural.
La banda sonora, compuesta por Nils Frahm, es absolutamente magistral. No se trata de una música tradicional que compita con las partituras, sino de una atmósfera sonora que se integra perfectamente en la película, acentuando la sensación de inquietud y anticipación. El ritmo deliberadamente lento, la atención al detalle y la exploración de temas como la memoria, el trauma, la música y la clase social crean una experiencia cinematográfica inolvidable. No es una película fácil, pero su belleza reside precisamente en esa dificultad, en la necesidad de prestar atención y de dejarse llevar por la corriente de la historia. Es una película que te invita a reflexionar sobre la naturaleza del arte, la búsqueda de la identidad y el impacto de los traumas pasados.
Nota: 8.5/10