La última película (1971)

“La Última Película” (Last Movie) de Robert Altman es un estudio de personaje en el tiempo, una radiografía de una América suburbana que está desapareciendo, y una meditación sobre el poder de la cultura y la nostalgia. Altman, con su maestría inherente en la construcción de escenas y la captura de atmósferas, nos transporta a los albores de los años 60 en una pequeña ciudad texana, un lugar donde la tradición se encuentra en conflicto con la llegada imparable del nuevo medio: la televisión.

La película no se centra en un solo drama, sino en una constelación de personajes – familias, amigos, vecinos – cada uno luchando por encontrar su lugar en un mundo que se transforma rápidamente. El director construye meticulosamente una sensación de inestabilidad, de que algo está a punto de romperse. Las largas tomas, el uso del *long take* y la fotografía en color de Caleb Banks, con sus tonos cálidos y apagados, reflejan esa sensación de estancamiento y de una memoria en peligro de extinción. Altman no busca la grandilocuencia, sino la sutileza, permitiendo que las interacciones entre los personajes revelen gradualmente sus ansiedades y sus aspiraciones.

Las actuaciones son extraordinarias. Dennis Hopper, como el joven cineasta con un sueño – y un profundo anhelo de algo más que la existencia mundana – ofrece una interpretación compleja y ambivalente. Lo mismo puede decirse de Jeff Bridges como el padre de Michael, un hombre atrapado entre la tradición familiar y la creciente desilusión. Pero la verdadera fuerza reside en la interpretación de Nancy Cartwright, quien personifica a la juventud rebelde con una mezcla de desesperación y curiosidad. La química entre los personajes es palpable, creando un ambiente creíble de amistad, rivalidad y complicidad.

El guion, coescrito por Altman y William Shepherd, es notablemente ambicioso. Más que un simple relato de una familia, explora temas universales como la identidad, la alienación y el impacto de la tecnología. El ritmo, deliberadamente pausado, obliga al espectador a sumergirse en la vida de los personajes, a sentir su inquietud y su desencanto. Sin embargo, hay momentos en los que la película se pierde en excesiva contemplación, y algunas de las subtramas se sienten un tanto desvinculadas. A pesar de ello, la película transmite una poderosa sensación de pérdida y de un futuro incierto. Es una elegía para un modo de vida que se desmorona, y una advertencia sobre los peligros de la homogeneización cultural.

“La Última Película” no es una película fácil de digerir. Requiere paciencia y una disposición a dejar que la historia se desarrolle a su propio ritmo. Pero para aquellos que estén dispuestos a invertir tiempo y atención, es una experiencia cinematográfica profundamente satisfactoria y reveladora, que plantea preguntas importantes sobre el pasado, el presente y el futuro de la cultura.

Nota: 8/10