“La última primavera” es un melodrama conmovedor y, en cierto modo, melancólico, que se sumerge en la atmósfera densa y la soledad de Cornualles en 1936. La película, dirigida por Sidney Pollack, no busca grandilocuencias históricas ni debates políticos complejos, sino que se centra en la singularidad de las vidas de sus personajes, creando una experiencia cinematográfica íntima y absorbente. La narrativa no se centra en la Segunda Guerra Mundial, como podría esperarse, sino en las consecuencias de esa guerra inminente en la rutina de una comunidad rural aislada, revelando cómo el temor y la incertidumbre se filtran incluso en los lugares más apartados.
La dirección de Pollack es exquisita, desplegando un ritmo pausado que se adapta a la lentitud de la vida en la costa. La belleza visual del paisaje cornualés, con sus rocas escarpadas, las olas rugientes y el cielo inmenso, se convierte en un personaje más. La película no busca la exuberancia; más bien, se vale de la sobriedad y de la paleta cromática grisácea y azulada para evocar una sensación de melancolía y aislamiento. El uso de la luz natural es magistral, acentuando las sombras y resaltando la belleza agreste del entorno.
El núcleo de la historia gira en torno a Andrea Marowski, interpretado con una vulnerabilidad palpable por Adrian Broderius, un joven violinista polaco que busca refugio en América. Su llegada a Cornualles, tras ser rescatado del mar, desencadena una serie de eventos que alteran la existencia de Janet y Ursula Widdington, interpretadas con gran matiz por Maggie Smith y Vanessa Redgrave. La relación entre estas dos hermanas, de edades distintas y con personalidades opuestas, es el corazón emocional de la película. Smith, en particular, ofrece una actuación sublime, transmitiendo la profundidad de sus sentimientos a través de miradas, gestos y silencios. Redgrave aporta una elegancia y una fuerza contenida que complementan a la perfección la interpretación de su hermana.
El guion, adaptado de la novela de Barbara Trapido, se basa en un diálogo sencillo pero efectivo. No se adentra en explicaciones detalladas, preferiendo mostrar las dinámicas familiares y las relaciones interpersonales a través de la observación y la sugerencia. Se entiende que la película busca explorar temas de pérdida, soledad y el impacto de los acontecimientos externos en la vida individual, pero lo hace de una manera honesta y sin recurrir a sentimentalismos baratos. La ambigüedad es una de sus mayores virtudes; la película no dicta conclusiones, dejando al espectador la tarea de reflexionar sobre el significado de los eventos y las motivaciones de los personajes.
En definitiva, “La última primavera” es una película reflexiva y conmovedora que, aunque no sea un thriller o una epopeya histórica, posee una gran fuerza dramática. Es una historia sobre el encuentro fortuito, la redención y la búsqueda de un lugar al que llamar hogar, unánime en su capacidad para evocar una sensación de profunda tristeza y belleza.
Nota: 8/10