La vida en tiempos de guerra (2010)

“La vida en tiempos de guerra” (Life in Times of War) es una película que se aferra a la oscuridad, no de una manera grandilocuente ni dramática, sino con una insistente y a veces incómoda lentitud. Sean Penn, en una de las interpretaciones más intensas de su carrera, encarna a Trish, una mujer consumida por la culpa y la incertidumbre tras la aparición repentina de su exmarido, Bill, tras su encarcelamiento por delitos pedófilos. La película no se centra en la investigación criminal o en la narrativa de Bill, sino en las consecuencias devastadoras de sus acciones en la vida de Trish y sus hijos. Esta elección, aunque arriesgada, funciona a la perfección, ofreciendo una exploración mucho más profunda y visceral del trauma y sus efectos a largo plazo.

La dirección de Paul Schrader es precisa y deliberada. Schrader, conocido por su trabajo en películas como “Taxi Driver” y “Mate”, crea una atmósfera cargada de tensión y desesperación. No hay glamour ni escapismo en la película; la casa de Trish, que se convierte en un epicentro de conflictos y secretos, es un reflejo directo de su estado mental. El uso del blanco y negro, aunque un cliché, aquí funciona como una herramienta efectiva para acentuar el contraste entre la inocencia perdida y la realidad sombría que la rodea. Las escenas, a menudo largas y contemplativas, permiten al espectador asimilar el peso emocional de la situación, aunque quizás requieran una gran paciencia.

Las actuaciones son magistrales. Penn es simplemente excepcional, transmitiendo a través de sus gestos, miradas y silencios la angustia y la confusión de un hombre que ha perdido su lugar en el mundo. Kristen Stewart, como Joy, la hermana de Trish, ofrece una interpretación delicada y cautivadora, representando la angelicalidad rota y la fragilidad emocional de una mujer que se encuentra atrapada en una red de decepciones. La película también permite a los actores secundarios, como Michael Shannon como Bill, demostrar su habilidad para retratar personajes moralmente ambiguos, sin caer en la simplificación o la justificación. Shannon, en particular, presenta una versión de Bill que es a la vez aterradora y profundamente trágica, evitando el estereotipo del villano malvado.

El guion, coescrito por Schrader y Eric Warren Singer, se aferra a la complejidad moral de la historia. No hay soluciones fáciles ni personajes completamente buenos o malos. La película explora la dificultad del perdón, la naturaleza del trauma y la responsabilidad personal. El guion evita el melodrama barato y se centra en la exploración psicológica de los personajes. Sin embargo, la lentitud del ritmo, inherente a la forma de contar la historia, podría resultar tediosa para algunos espectadores. La película requiere una inmersión total y una disposición a aceptar las zonas grises de la condición humana. A pesar de ello, el análisis de la familia y sus secretos es poderoso y memorable, dejando una impresión duradera.

Nota: 8/10