La zorra (1967)

“La zorra” (La Zorra, en inglés) de François Ozon no es una película para todos, pero para aquellos que buscan una exploración inquietante y deliberadamente incómoda de la sexualidad femenina, la envidia y la obsesión, es una experiencia cinematográfica profundamente memorable. Ozon, maestro de la ambigüedad y la sugestión, nos sumerge en la atmósfera opresiva de una granja remota en Quebec, donde Jill (Valorie Currie) y Ellen (Rachel McAdams) viven en una relación aparentemente estática, marcada por la frialdad y la incomunicación.

La película se construye lentamente, con una precisión que asemeja a la de un thriller psicológico. El encuentro con Paul (Louis Bonnet) es el catalizador de una serie de acontecimientos que revelan las tensiones latentes entre las dos mujeres. La dirección de Ozon es magistral: utiliza el encuadre, la iluminación y la música de manera exquisita para evocar una sensación constante de malestar. La fotografía, de un blanco y negro casi absoluto, acentúa la belleza sombría del paisaje y refuerza la idea de un mundo aislado y lleno de secretos. Es un registro visual que anticipa el submundo emocional que se va revelando progresivamente.

McAdams, que regresa a la pantalla después de un tiempo, ofrece una actuación sutil y escalofriante. Su Ellen es un personaje complejo, marcado por la frustración y la insatisfacción. La actriz logra transmitir la ambigüedad de su personaje, la atracción y la repulsión, la vulnerabilidad y la autocomplacencia. Pero es Valorie Currie, como Jill, quien realmente roba la atención. Su interpretación es contundente, radiante de una intensidad casi perturbadora. Jill no es una villana, ni una víctima, sino una figura que se define por su dominio, su control y su capacidad para manipular a los demás. La química entre ambas actrices es palpable, generando una tensión sexual que se filtra a través del diálogo y a través de miradas furtivas. El personaje de Bonnet, aunque con menos profundidad, añade otra capa de complejidad a la trama.

El guion, basado en la novela de Anne Hebuterne, es quizás el punto más controvertido de la película. Ozon no ofrece respuestas fáciles ni explicaciones lógicas. Las motivaciones de los personajes son oscuras, las relaciones son ambiguas y la trama avanza con una lógica propia, a menudo desconcertante. El guion juega con la idea de la obsesión, la envidia y la pérdida del control, explorando la fragilidad de las relaciones humanas y la facilidad con la que la imagen idealizada puede desmoronarse. La película no teme a la incomodidad, y la confrontación final, aunque abrupta, es una revelación brutalmente honesta sobre la naturaleza de la atracción y la capacidad destructiva del deseo.

“La zorra” es un trabajo que exige una respuesta activa por parte del espectador. No es una película que se deja consumir fácilmente, sino que se instala en la mente, generando preguntas y reflexiones sobre la identidad, el género y las expectativas sociales. Ozon no se anda con rodeos, y la película, aunque perturbadora, es una prueba de su visión artística y su capacidad para abordar temas complejos con una honestidad sin concesiones.

Nota: 8/10