“Las aventuras del Barón Munchausen” es una película de 1988 que, con su absurdo inherente y su extravagante visión del mundo, se erige como un festín visual y narrativo que desafía la lógica y las convenciones cinematográficas. Peter Sallis, en el papel del Barón, no es simplemente un mentiroso o un bribón; es un personaje trágico, un hombre solitario y profundamente amargado que encuentra una válvula de escape en sus elaboradas y exageradas historias. La película no busca una interpretación literal de Munchausen, sino que se sumerge en la *idea* del héroe improbable, del hombre capaz de superar obstáculos imposibles gracias a su ingenio y a una habilidad para la narración que desdibuja la realidad.
La dirección de Bryan Forbes es magistral en su capacidad para crear un universo visualmente rico y peculiar. El diseño de producción es, sin duda, el corazón de la película. Cada escena está cuidadosamente construida, desde el pequeño pueblo de Geppi, con sus calles empedradas y su atmósfera rural, hasta las épicas batallas contra dragones y el viaje a la luna, todo ello con una exuberancia que desafía la razón. El uso del color, la iluminación y la fotografía contribuyen a esa sensación de irrealidad, de un mundo donde lo posible y lo imposible se confunden. Forbes logra evocar una atmósfera de cuento de hadas oscuro, una mezcla entre la Heimatfilm alemana y la fantasía pulp de la época.
Peter Sallis, aunque no es un actor de gran carisma, ofrece una actuación convincente. Su Munchausen es un hombre melancólico, un tipo solitario que se refugia en sus historias para llenar un vacío existencial. Su mirada, a menudo llena de tristeza, transmite la profunda soledad del personaje. El resto del reparto, con actores como Keaton Simons y John Wood, apoyan su actuación sin resultar demasiado llamativos, lo que permite que el Barón Munchausen sea el centro de atención. La química entre los actores, aunque no abundante, logra dar credibilidad al vínculo entre el Barón y sus hijos.
El guion, adaptado de los cuentos de Hermann Munchausen, es el punto débil de la película. A pesar de la exuberancia visual y la actuación de Sallis, el guion carece de profundidad emocional y de una estructura narrativa coherente. Las aventuras del Barón Munchausen se suceden a un ritmo vertiginoso, lo que dificulta la inmersión del espectador en la historia. Las localizaciones, en gran medida pintadas, complementan la fantasía, pero no compensan la falta de desarrollo de los personajes y la trama. Sin embargo, la película funciona como una experiencia visual y sensorial, un festín de imágenes y situaciones extravagantes que estimulan la imaginación. Es, en definitiva, un ejercicio de imaginación y una celebración de la fantasía, aunque con un guion por momentos poco pulido.
Nota: 6.5/10