Las campanas de Santa María (1945)

“Las campanas de Santa María” no es una película que te golpea con una narrativa estridente. No busca causar revuelo ni ofrecer una reflexión grandilocuente. Es, en su lugar, una pequeña joya cinematográfica que se instala suavemente en la memoria, transmitiendo una profunda sensación de calidez, esperanza y la belleza de lo cotidiano. Dirigida por John Huston, con la elegancia que siempre le caracterizó, la película se centra en la llegada del padre O’Malley a Santa María, un barrio en las afueras de Nueva York que respira autenticidad y lucha. No es una película con efectos especiales llamativos, ni con escenas de acción grandiosas; su fuerza reside en la sencillez y la profundidad de sus personajes.

La dirección de Huston es magistral. La cámara se mueve con una lentitud deliberada, permitiendo al espectador absorber cada detalle del escenario, cada expresión, cada interacción. Existe una cuidada composición de plano que utiliza la luz y la sombra para acentuar las emociones de los personajes. Huston consigue evocar una atmósfera impregnada de melancolía y optimismo a partes iguales. El ritmo es pausado, casi meditativo, lo que contribuye a la sensación de quietud y serenidad que define la película. Sin embargo, este ritmo podría parecer lento para aquellos acostumbrados a narraciones más dinámicas.

La película cuenta con actuaciones impecables, especialmente por parte de Robert Preston, quien interpreta a la hermana Benedicta con una mezcla de autoridad, ternura y un dejo de melancolía. Su personaje es complejo y fascinante, y Preston lo interpreta con una sutileza que es conmovedora. Tom Malone como el padre O’Malley ofrece una actuación natural y honesta. El resto del elenco, formado por actores locales, complementa la película a la perfección. Es una película de actores en su totalidad, donde cada uno contribuye a enriquecer la historia. La conexión entre el padre O’Malley y la hermana Benedicta es el corazón de la película, una relación basada en el respeto mutuo y la comprensión.

El guion, adaptado de la obra teatral de John van Druten, es notable por su sencillez y su capacidad para transmitir emociones profundas. La historia no intenta ser espectacular; se centra en la vida diaria de un colegio, en las dificultades económicas, en las aspiraciones de los niños y en la lucha por mantener viva una tradición. La película explora temas universales como la fe, la esperanza, la familia y la importancia de la comunidad. El guion presenta situaciones realistas y personajes creíbles, lo que hace que la película sea aún más conmovedora. La secuencia final, con las campanas de la iglesia sonando, es un momento de pura belleza y esperanza. Es un final que te deja con una sensación agridulce, un recordatorio de que la vida es un viaje lleno de desafíos, pero también de momentos de alegría y consuelo.

Nota: 8/10